domingo, 12 de diciembre de 2010

Un puerto en Granadilla

Que ante las situaciones críticas el ser humano tiende a aguzar su inteligencia y a multiplicar sus esfuerzos para bordear y salir airoso de los escollos que le impiden avanzar en su trayectoria vital es una cuestión que, por presentarse como meridianamente clara, no merece la pena que nos detengamos en ella para analizarla. Apoyándome en esta introducción como hipótesis de trabajo uno se ve obligado a insistir sobre todos los problemas que afectan a lo que podría ser un futuro puerto en Granadilla de Abona porque piensa que ha llegado la hora de coger al toro por los cuernos y, siempre de conformidad con lo establecido por las leyes vigentes -las leyes están para cumplirlas-, determinar si procede llevar a la práctica el proyecto elaborado o, por el contrario, introducir memorias, cálculos, presupuestos, etcétera, en un baúl para que se conviertan en recuerdos.
Como casi todos sabemos el problema de la paralización actual de las obras pivota en torno a dos posturas al parecer irreconciliables: la de los que abogan por construir un muelle industrial por considerarlo necesario para el desarrollo económico de la isla de Tenerife y la que defienden determinadas agrupaciones de ecologistas ajustada a un pensamiento -presumiblemente único- que se aventura al afirmar que con la construcción del puerto se produciría un atentado medioambiental de orden principal. Llegados a este punto uno cree, después de haber realizado un seguimiento puntual de este asunto, que las dos posturas se apoyan en verdades absolutas y que lo que procede ahora es hacer una declaración de intenciones -clara, precisa, rigurosa- por ambas partes para que la opinión pública llegue a saber qué es lo que le conviene más a la Isla.
En la medida que nos estamos refiriendo a un puerto industrial a los defensores de la obra les corresponderá dar a conocer las posibilidades del mismo no sólo en todo aquello que tendría que ver con la dedicación a los buques sino, también, en la atención a las nuevas infraestructuras -entre éstas la plana de regasificación- que se piensan instalar en el polígono industrial al soco de un complejo portuario que facilitaría la entrada y salida de mercancías, la recepción de materias primas, etcétera. Se trataría de convencernos, en definitiva, de la viabilidad -la rentabilidad sobre todo- de una inversión millonaria cuando muy cerca de aquí, en Arinaga, un proyecto parecido se ha dado la mano con el fracaso. Y es que lo que no es de recibo, lo que sería un colmo de despropósitos, es que se construya un puerto industrial vacío de contenido. Sabemos que no resultará nada fácil ejercer de Nostradamus en una época tan crítica como la que nos ha tocado vivir pero, desde la dificultad de la labor, pondríamos al día la necesidad o no de este puerto.
A los ecologistas, al menos a los actuantes hasta ahora, habría que exigirles la demostración de que, efectivamente, la construcción del puerto nos conduciría a una catástrofe medioambiental ya que, desde su verbo fácil y no siempre bien documentado, han magnificado el innegable impacto hasta límites que no se corresponden con la realidad.

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