jueves, 23 de diciembre de 2010

La radio


En los albores de la radio como medio de comunicación en las Islas -cuando nuestros atrasos suponían mucho más que una hora con respecto a la España continental- la radio galena fue el primer sistema que nos permitió escuchar las voces lejanas que cabalgaban en los lomos de las ondas electromagnéticas. Fue así que con un auricular muy elemental acoplado a aquel artilugio la radio, y lo que la radio suponía en aquel tiempo, entró en la casa de Gonzalo -mi tío- que estaba casi a la vera de la casa de la Húngara. Ya ven, el vicio (¿) y los adelantos de la técnica convivieron en plena armonía y sin que nadie se sintiera molesto por ello. Con el paso del tiempo, siendo ya un zagalón, fabriqué mi propio receptor a galena que, al poco, se convirtió en una radio con una sola válvula. Asimismo, casi coincidiendo en el tiempo, la suerte nos obsequió con un receptor superheterodino que sorteó la fábrica de cigarrillos 46. Con aquel aparato ya se podía rezar el Santo Rosario en familia -en mi casa nunca se desgranaron las cuentas- así como escuchar al tío Pepote y la Ronda. La radio y sus humanizados programas se convirtieron en el centro de atención de una ciudadanía que vivía el blanco y negro de la época y que acudía a la fiesta para cantar, bailar, hacer un buen acopio de turrones de la tierra -Amaro Lefranc  los llamó turrones de la feria-.
La radio, en nuestra casa -la misma casa en la que un padre gritaba el ¡viva la República! en pleno jardín de la casa terrera-, me sumió más de una vez en el miedo. Sufría por el miedo cada vez que observaba a mis mayores hablando en voz baja y reunidos alrededor de un aparato que sintonizaba una radio independiente. ¿Qué es lo que se escuchaba en aquella radio para que se tomaran tantas precauciones? ¿Qué cosas nos estaban ocultando los medios de comunicación al uso para que mi familia buscara la información en una emisora que se decía clandestina? ¿Por qué aquella misma situación se repetía en casi todos los hogares de la gente humilde? Con el paso de los años, aún usando pantalones cortos, supe, atando cabos, que radio Pirenaica era la voz que se alzaba en contra de la praxis política del general Franco. Así pues, el que la gente escuchara aquellas emisiones a escondidas encontraba su razón de ser en un cercano y presumible castigo por parte de aquellos que habían secuestrado al régimen de libertades y al poder de la palabra. En definitiva la guerra situó a los españoles en dos bandos y los que se consideraron ganadores (¿) de la contienda no fueron para nada generosos para los que sufrieron por la derrota. En el supuesto, claro, de que en una guerra Civil pueda haber vencedores y vencidos.
Los receptores de radio fueron mejorando e incorporando a su dial a las principales emisoras extranjeras que emitían en onda corta. En más de una ocasión, cuando los vecinos lo eran de verdad, me vi saltando los muros de las azoteas buscando el lugar ideal para fijar los extremos de una antena de radio que mejoraba la audición. Dejé de practicar aquella afición desbocada el día en que, ya estando la televisión en las Islas, una vecina chismosa puso al corriente a toda la barriada de que mi antena provocaba las interferencias -de todo tipo- en los televisores. Pura maldad.
La radio afición nos hizo ganar a muchos amigos de verdad -entre ellos a Víctor Rojas- y con la radio afición participamos plenamente en una técnica que nunca nos ha fallado. Mi último receptor, un Grundig -Satellit 2000-, me acercó a todo el mundo en las muchas madrugadas en vela dedicadas a buscar en las ondas las voces, en español, de los países más alejados. La radio, para la gente de mi generación y en Canarias, supuso algo más que un mensaje político y una sarta de mensajes publicitarios. Ahora, curiosamente, no tenemos que escondernos para sintonizar ninguna emisora. Ahora, de quienes tenemos que escondernos, es de todos aquellos que, aún siendo jóvenes, no han alcanzado a saber que nuestra voz discordante no nos convierte en enemigos. Todo lo más en adversarios. A todos estos gaznápiros les dedico, en mi particular ronda nocturna, la siguiente canción: “El canto a la libertad”.

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