domingo, 12 de diciembre de 2010

De quiénes venimos (1)

Siente uno por un padecer muy hondo cuando advierte, sin poder hacer nada por remediarlo, que los intereses bastardos -procedentes las más de las veces de los poderes públicos- han dado lugar a un retraso -y a un retroceso- a la hora de concretar las muchas lagunas históricas en las que permanece sumergida la prehistoria de Canarias. Sabemos, a estas alturas en el tiempo, que las diferentes islas que constituyen el Archipiélago Canario, acogieron a una población prehispánica pero, a pesar del tiempo transcurrido, la falta de interés de todos aquellos que han ostentado el poder y la capacidad para decidir investigar con el debido rigor histórico ha derivado en un desconocimiento actual que facilita el seguir confundiendo al pueblo llano para obtener réditos propios. Aunque convendría decir, porque los pueblos están obligados a alcanzar su mayoría de edad, que todos nosotros somos actores -protagonistas o secundarios- de ese despropósito que termina por concluir en que los isleños, por encima de cualesquiera otra consideración, elevan el tronco de su árbol genealógico apoyados en el genoma de los primeros canarios. Hay hasta quien se atreve a decir, sin que se le suba el rubor de su propio ridículo a la cara, que es y se siente guanche. Ignoran, estos seres que se pronuncian desde la estupidez humana, que todavía andamos interesados en completar, desde la genealogía, la enramada que sustenta al primer historiador de las Islas: Viera y Clavijo (28 de diciembre de 1731).
Como canario -y tinerfeño al fin- me ha tocado vivir envuelto en la locura colectiva propiciada por los falsos nacionalistas que se han decantado a favor de buscar, contra viento y marea, en nuestras raíces más profundas y, por ende, sacar a la luz nuestras señas identitarias con el fin poder justificar un ansia de independencia que busca, sobre otro tipo de cuestiones esenciales, el beneficio de los menos a costa de seguir perjudicando a los que son mayoría. Se podría decir, a modo de resumen, que quienes han soñado con ser reyes sin tener reino han optado por inventarse uno. Las Islas Afortunadas al servicio de los que nunca se han preocupado de mirar al pasado no sea que queden convertidos en estatuas de sal. Mas, afortunadamente, el pasado se resiste a la manipulación espuria y sigue ahí retando a los que buscan en él, desde el rigor de la historia, a la propia verdad.
No alcanzan a entender, estos políticos de salón y de brindis al sol, que el grueso de nuestra identidad tendría que ser buscado en los siglos posteriores a la Conquista porque es en ese tiempo donde se ha forjado nuestra manera de ser y de estar en la vida. Apoyarse en el genoma humano buscando la conveniencia de este o aquel marcador genético que nos identifique con los primeros pobladores no tiene sentido a no ser que también tratemos de buscar las trazas del genoma en la que han quedado grabados los caracteres hereditarios de aquellos pueblos que dieron origen a los guanches. A los que somos y nos sentimos canarios no debería preocuparnos tanto la herencia de la sangre porque existen otros factores identitarios que nos dan una característica como pueblo diferenciado de otros pueblos vecinos o de otros colectivos con los que compartimos una nacionalidad común: la nacionalidad española.  

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