domingo, 26 de diciembre de 2010

El marqués

Lo he leído y escuchado de esta manera:
-¿Dice que mataron al marqués?
-Eso dicen, eso dicen.
O, también, de esta otra:
-¿Dice que mataron al marqués?
-Pues, por usted me estoy enterando.
Son dos de las incontables fórmulas ideadas por los lugareños del sur de esta Isla con el fin de evitar comprometerse ante un hecho presumiblemente acaecido a consecuencia de la tiranía ejercida por uno de los muchos caciques que han vivido, y siguen viviendo, en esta tierra nuestra mucho más quemada por el mal comportamiento de los hombres que por las telúricas fuerzas de la madre Naturaleza.
Nos hace recordar, este hecho tan nuestro y por el que he sentido tanto interés desde un tiempo inmemorial. Nos hace recordar, repito, a lo narrado por García Márquez en su Crónica de una muerte anunciada. En la obra del genio colombiano todo el pueblo sabía que Santiago Nasar iba a ser asesinado pero nadie, ni una sola persona se atrevió a decir una palabra que sirviera de alerta al que, en definitiva, era inocente. Y todo por el mismo motivo, esto es, para que nadie los pudiera relacionar con lo que iba a derivar en un hecho luctuoso.
Este tipo de acontecimientos, que nos envilecen en el plano individual y colectivo, no suelen ser considerados por los analistas del tiempo presente a la hora de interpretar las mayores tragedias que siguen asolando a este mundo. Y, sin duda, todo tiene que ver con los rasgos atávicos que siguen anidando en el corazón de los hombres justo en el momento en el que la población mundial bate todo tipo de récords de crecimiento. Ciertamente la población ha crecido pero, a pesar de estar más juntos, no estamos más próximos.
Los hombres seguimos siendo presas de nuestra herencia genética y hasta los científicos han llegado a la conclusión de que el hecho de que un niño casi recién nacido llore ante un rostro deformado y ría ante una cara agraciada y que exteriorice una argentina sonrisa es debido a un condicionante de tipo biológico. Nos asombramos ante la barbarie mostrada por los seres humanos en las muchas guerras que actualmente laceran al planeta pero olvidamos, ¡y qué pena me da!, que todos los pueblos del mundo han tenido una capacidad de lucha diferenciada solamente por el grado de belicosidad de sus guerreros. Ortega y Gasset aseguraba que el guerrero más grande de la historia había sido Gengis Kan. Ha llovido bastante desde la época del guerrero mongol pero, sin embargo, nos seguimos matando los unos a los otros haciendo caso omiso a los adelantos alcanzados en los campos tecnológico y económico.
La duda que se me plantea, a estas alturas del tiempo, es si este comportamiento natural y nocivo podría ser reconducido a través de la educación. A este respecto mi razón se sumerge en un mar de dudas que sólo quedan ligeramente atenuadas al observar diferencias en los comportamientos individuales ante hechos similares. Yo les seguro que no me veo dominado por los prejuicios ni por el miedo a la hora de afirmar, siempre que lo sepa con seguridad, si mataron o no al marqués y, aún más, quién fue el que le asestó la fatídica puñalada. Faltaría más.
La vida se convierte en una gran injusticia en ausencia de un progreso social por el que merece la pena luchar hasta la extenuación. A partir de ese progreso social, que indudablemente reclama importantes dosis de solidaridad y tolerancia, podría mejorarse nuestro comportamiento individual y colectivo para que no tuvieran cabida los pasquines anunciadores de muerte que envenenaron la mente de los hermanos Vicario. Ya va siendo hora de que le prestemos más atención a la evolución natural de la especie que a ese mensaje sesgado que brota de todos los fundamentalismos religiosos; incluida la praxis de la Iglesia católica. El cacique, el marqués del cuento inicial, debió quedar abandonado ya desde los tiempos de Guarapo y el guarapo. Aquí ya no hay derecho de pernada porque, en algo hemos adelantado nuestro comportamiento sentimental, a partir de una justicia que se nos sigue antojando incompleta puede ser condenado a privación de libertad todo aquel que atente contra el derecho que todos tenemos a ser respetados.

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