lunes, 27 de diciembre de 2010

Amigo,compañero....

Amigos de verdad, pocos; y si me apuran mucho ninguno. Y compañeros, hombres y mujeres que hayan compartido y/o participado en mis causas, apenas los que se pueden contar con los dedos de las manos. Más, a pesar de todo, yo sigo plantando una rosa blanca para el amigo sincero que me da su mano franca. Lejos y cuasi olvidados los amigos de la infancia, envueltos por la penumbra los compañeros que se sentaron a nuestra vera en los pupitres de la escuela, desperdigados, solo Dios sabe dónde, los que compartieron con nosotros el servicio militar obligatorio, olvidados -a propósito y para siempre- los compañeros de trabajo que me asestaron una y mil puñaladas traperas. Ay, Señor, y mira que cantamos juntos, en incontables ocasiones, el “amigos siempre amigos”. Hipocresía.
“Que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma compañero”. Pero que para poder hablar de muchas cosas es preciso compartir puntos de encuentro que deberían de ser comunes. Y, sin que el fin justificara los medios, lo que sí tuvo que quedar claro, ya desde los comienzos de nuestra prometedora singladura, es que en nuestro trabajo -la sacrosanta tarea de educar y formar- sólo hay lugar para el esfuerzo indesmayable alrededor de un serio compromiso. Yo siempre tuve claro, aunque creo que muchos de los otros no, que si cometemos errores a la hora de educar a un niño o adolescente podemos arruinar su vida para siempre.
Y tú no has sido mi compañero de trabajo, aunque te lo estés creyendo, porque raramente compartiste conmigo los mismos desvelos, las mismas ilusiones, las mismas ganas de enseñar a los que no sabían y, en fin, el mismo compromiso para una sociedad que confiaba en nosotros y nos pagaba -con dinero del erario- puntuales. Es por eso que no tenemos que hablar de nada porque en nada llegamos a converger.  Y claro que no hubo comida de despedida. Cómo puede uno compartir la comida con quien le ha hecho la vida imposible, sin causa, sin motivo, durante tantos y tantos años.
Y mis amigos ya no vienen ni siquiera a visitarme, que diría el tango. Menos mal, menos mal   digo yo, que siempre tuve muy claro que la amistad es una esencia de la que se sirve muy poco y en frasco pequeño. Y que a diferencia de aquel, que no paraba de llamarme amigo cada vez que se cruzaba en mi camino, yo sabía distinguir entre amigo, compañero y conocido. Para amigos, cientos, los alumnos. Los que sí compartieron conmigo la lucha diaria en el aula. Para todos ellos la rosa blanca de Martí. “Cultivo una rosa blanca, / en mayo como en enero, / para el amigo sincero / que me da su mano franca. / Y para el cruel que arranca / el corazón con que vivo, / cardo ni ortiga cultivo; / cultivo una rosa blanca.

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