miércoles, 19 de enero de 2011

¿Y con estos mimbres...?

La proximidad de las elecciones autonómicas y locales ha originado que salgan a la luz, fuera de su caparazón, los cuerpos -y suponemos que también las mentes- de los que se van a convertir en protagonistas futuros en la película de los partidos. Hasta ahora no ha habido muchas sorpresas y de ahí el que nos hayamos puesto las manos sobre la cabeza, como señal de nuestro escándalo interno, al comprobar la capacidad que tiene el ansia de poder -más de un egregio pensador asegura que el deseo por alcanzar el poder es superior al que establece el instinto sexual-. Y ese nuestro escándalo interno tiene que ver con la indignación que padecemos al comprobar que muchos de los que vuelven a presentarse -porque mola mucho seguir en el machito- han demostrado su palmaria cadena de errores y, aun así, no se les sube el rubor al pretender reeditar sus macabros relatos.
Canarias es, a la vista de propios y extraños, una inacabable cadena de errores políticos con la que se ha sujetado las aspiraciones y las esperanzas de un pueblo. Ni los partidos mal llamados de izquierda, los del falso centro y la derecha, han conseguido que los canarios nos sintamos orgullosos de nuestro devenir. Desde que se inició el período democrático Canarias ha vivido siendo presa de un continuo sobresalto sólo atenuado desde la ayuda europea. No debemos caer en el error que supondría pensar que en estas Islas, la tierra alejada y más española de todas, el subdesarrollo cultural, social y económico, es un rasgo atávico que, como tal, se pierde en el oscuro túnel del tiempo. No deberíamos pensar eso porque aquí, en este Archipiélago, han nacido, crecido y florecido, incontables empresarios que han sabido comerse todo el pastel al que cien moscas acudieron. Al soco de las ayudas europeas y estatales -ayuda al tomate, al plátano, al sector ganadero, a la industria, al comercio, etcétera- los empresarios han amasado importantes fortunas en una sociedad que, en los tiempos mejores, sólo pagaba sueldos de hambre. El contraste entre los que más y mejor han aprovechado la tarta es tal que obliga a nuestra mirada crítica a realizar una interminable adaptación al claroscuro.
Toda fortuna es culpable; eso pienso. Y, ante esa culpabilidad genuina, los políticos que se ejercitan aquí no han sabido, querido o podido, ponerle el cascabel a un gato que tiene más de siete vidas. Nuestros políticos en ejercicio, los mismos que ahora vuelven a presentarse, realizan sus ejercicios espirituales junto a unos empresarios que se siguen quejando de la crisis sin vivir las penurias que la crisis genera. Por el contrario, el pueblo llano, el que ahora es convocado a las urnas, no convive con los políticos porque éstos, que son listillos, no están dispuestos a compartir la resumida comida que se sirve en la mesa del pobre. Ellos acuden, solícitos, a las bacanales organizadas por unos empresarios que pretenden, desde un derroche de la cara dura, que se legisle de conformidad con sus propios intereses. Son los saraos al aire libre o en el mejor de los interiores en los que, los que ahora son llamados a las urnas de forma masiva, participan sirviendo la comida y el morapio.
Mi tío Marcos, impenitente pescador en nuestra bajura, tenía unas nasas para capturar camarón y unos tambores para morenas realizados con mimbre. Con el mimbre de los barrancos de Anaga que era arrancado, según contaba un veterano pescador de San Andrés, en función del estado de la marea. Con buenos mimbres y con mucho mimo las nasas y los tambores mostraban día a día su eficacia atrapando unos frutos concretos de la mar próxima. Así que daba gusto realizar la laboriosa obra artesanal. Pero nosotros, con estos mimbres políticos, qué podemos hacer. Yo sé lo que voy a hacer… pero no lo cuento. Y de entre ustedes sé, que muchos volverán a elegirlos, porque existen poderosas razones que establecen y mantienen al clientelismo político. Allá cada cual con su conciencia. A todos esos, a los que conforman el voto cautivo, decirles que con esos mimbres sólo conseguirán elaborar una malísima cesta. Incluida la de la compra.

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