miércoles, 12 de enero de 2011

Sólo queda rezar

No me creo con la suficiente calidad espiritual para intentar tratar de convencer a los practicantes cristianos, a los que creen que la mano de Dios está presente en todos nuestros actos, para que abandonen su creencia porque yo pienso que no se resuelve nada de lo que el hombre o la naturaleza ha deshecho alzando la vista hacia el cielo tratando de encontrar a ese ser invisible o arrodillándose para rezar pensando que todo volverá a su lugar cuando el Señor lo considere oportuno. Y confieso esto a propósito de Haití y del pensamiento generalizado que se ha instalado en la isla caribeña sobre el porqué de sus desgracias y la forma y maneras a emplear para resolver el caos en que viven. Cualquier persona medianamente ilustrada sabe que las causas del terremoto pueden ser demostradas científicamente, es decir, que desde el saber de los hombres puede ser argumentada una cuestión que es terrenal y que nada tiene que ver con Dios y lo que Dios representa para los que han convertido la religión católica en un asunto que entronca con el fundamentalismo.
Como a perro flaco todo se le hacen pulgas al terremoto le sucedió el cólera y, entre medio, un auténtico lío con un dinero para ayudar que nadie sabe dónde está. Ciertamente los haitianos tienen motivos más que suficientes para pensar que han sido dejados de la mano de los hombres. Pero ellos, hombres también, no tienen reparo alguno para, aprovechando las sombras de la noche, ultrajar, violar, a sus mujeres -incluidas las niñas- siguiendo la llamada de un instinto poderoso, elemental y prosaico. Y no me parece bien, nada bien, que quienes reclaman una ayuda del exterior se comporten como auténticos animales con su propia gente. Soy de los que piensan que todos los pueblos del mundo están obligados a labrarse su propio futuro con el esfuerzo de todos. Ya es tiempo de pensar, ante una serie de desgracias, que lo único que podemos hacer es rezar y esperar a que llueva el maná. Antes que eso lo más conveniente sería coger un pico y una pala para tratar de ordenar las escombreras.
Allí donde se sigue practicando el vudú, las magias blancas y negras, están obligados a entender que el cólera desatado también encuentra sentido en los modernos estudios médicos. Hay que aplicarse, porque ya va siendo hora, en todo aquello que la higiene puede hacer a favor de un pueblo al que se le han venido las casas encima porque estaban mal construidas; incluso sabiendo que se alcanzó al 7 en la escala de Richter. Las imágenes de un hospital moderno, abandonado a su triste suerte nos obligan a pensar que el pueblo haitiano y sus dirigentes políticos no están a la altura. Espero que no le echen la culpa al resto de los mortales de su secular torpeza. Bueno está que sean líderes a la hora de bailar y cantar -el folclore merece ser respetado-  pero sería mejor, mucho mejor, que junto a las manifestaciones folclóricas esté también presente una educación acorde con lo que se exige en los países modernos.
Con la Iglesia hemos topado, claro. Con una Iglesia que pone su máximo empeño en hacerles creer que hay vida después de la muerte y que la resurrección de la carne nos llevará a todos, creyentes y no creyentes, hacia un paraíso. Eso es lo mismo que pensaban los que se inmolaron en favor de la causa en las torres gemelas. Y ya se ve, para conmemorar los días de la desgracia, todos juntos al templo ya que, según confiesan los propios haitianos, en aquella isla sólo queda rezar. Y así, rezando, cantando y bailando, las penas son menos. Pues, ojalá que les valla bonito.

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