martes, 4 de enero de 2011

Cena de Nochevieja

A esta jovencita que me ha contado sus penurias la tuve yo como alumna en un programa de Garantía Social. Recuerdo que superó el Programa y que podía considerarse apta para realizar algún tipo de trabajo -no muy complicado- relacionado con la electricidad pero, una vez más, la propaganda emitida desde la consejería de Educación -a los alumnos de FP no les faltará trabajo- resulto engañosa y la joven, casi una niña entonces, no pudo encontrar un lugar donde ganarse el pan de cada día. Hace unos días, en fechas anteriores a la noche de fin de año, me la encontré vendiendo cupones en uno de nuestros grandes centros hospitalarios. Me contó que las cosas estaban muy mal y que aquella mañana apenas había podido vender cuatro números. Le pregunté por su familia y por cómo se presentaba en su casa la cena de la última noche del año. Sonrío, en el fondo sigue siendo inocente, y me confesó que su madre le había anunciado que se tomarían un vaso de leche antes de irse a la cama. “No hay para más, profesor, no hay para más”. Concluyó.
El drama de aquella ex alumna me obligó a recordar los tiempos aquellos en los que, siendo niños, nos vimos obligados a ingerir la comida de Auxilio Social. Eran malos tiempos también pero, a diferencia de los de ahora, en todos nosotros anidaba la esperanza de un mundo mejor y con mejor reparto de las riquezas. Las privaciones de la posguerra nos habían envuelto con un halo de tristeza y, llegada estas fechas, en muchos hogares la alegría que otros mostraban no pasaba de ser una mueca, una triste mueca, obligada ante la circunstancia adversa. Y esto es lo que ha ocurrido en casa de Toñi por culpa de una historia que vuelve a repetirse. Y se repite la historia porque los seres humanos, que suelen tropezar en la misma piedra, no han podido, sabido o querido, ponerle coto a las situaciones vividas cuando éstas se desarrollan en los bordes del límite. ¿Y dónde está el progreso, el desarrollo pues? Pues, coligo, no ha habido progreso ni desarrollo; lo único que ha habido es un crecimiento poblacional que tiene como único mérito perpetuar a la especie. Ya ven, todo ha quedado reducido a la actuación del instinto animal, como si fuéramos gorilas.
Una nación en la que se permite que una adolescente se vaya a la cama, en la noche de fin de año, con un vaso de leche en su estómago, merece ser analizada por los que seguimos pensando que resulta urgente plantearse que no existe justicia social allí dónde el progreso social sigue siendo una utopía. Desde la gobernación del Estado, ahora que quienes mandan representan al PSOE, no debería permitirse un recorte tan drástico en las ayudas sociales. Resulta rechazable, en sí mismo, el fondo de unas cuestiones que ponen a los más desfavorecidos a los pies de las bestias. Y si rechazable es el fondo condenable son las formas en las que se apoyan los que cortan el bacalao para ejercitarse en una praxis en la que los fines parecen justificar a los medios. Resulta inmoral escuchar como un ministro dice que se tomarán las medidas más duras “pase lo que pase” y “pese a quien pese”. Seguramente este ministro podrá darles a sus hijos algo más que un vaso de leche en la noche de fin de año. Así cualquiera.

1 comentario:

  1. Esta entrada me ha llegado al corazón, cuanta razón tienes, esta sociedad injusta, requiere más solidaridad. Espero que los reyes, aunque seamos republicanos, nos traigan algo más que salud, que no es poco. Un abrazo

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