miércoles, 2 de marzo de 2011

Asesino de pájaros

En la serena y luminosa mañana el ánimo estaba dispuesto para descansar a la sombra de la arboleda y esperar, pacientemente, a que los indefensos gorriones decidieran posarse en las ramas de la pimentera. La escopeta de balines, en la que ya había sido colocado el diábolo, estuvo presta para orientar su punto de mira hacia lo alto, hacia la rama elegida por el pequeño animal, para ser centrado en la casi ausente masa de una bola de plumas que no paraba de moverse. A partir de ahí todo fue sencillo; muy sencillo: el gatillo sufrió la presión del dedo índice y el balín, apresurado, veloz, tiñó de sangre al plumaje. Cayó al suelo el pájaro y la misma mano que lo había matado supo de los últimos temblores y del calor que daba la vida. ¿Qué he hecho Dios mío, qué he hecho?, musitaba, entre aterrado y compungido, aquel que se había atrevido a cazar pájaros con un método más sofisticado que el de la tiradera. En el regreso al hogar, lleno de los remordimientos que generaron un orden moral debidamente aprendido, se prometió, una y otra vez, que la escopeta de aire comprimido no la volvería a utilizar más allá de una caseta de ferias. Y cumplió su promesa.
El aprendiz de cazador creció y vio como los pantalones cortos pasaron a ser largos. Creció tanto que dio la talla para pasar a formar parte de uno de los reemplazos establecidos por ley para cumplir con el servicio a la patria, a la patria grande, claro, porque la patria chica ya estaba bien defendida por el compromiso innato, congénito quizás, de los que sienten apego por la tierra que les ve nacer, vivir y, presumiblemente, morir. Ya en el cuartel, que era de verano, lo instruyeron muy levemente sobre el manejo de las armas. En los comienzos fue el mosquetón -Mauser calibre 7,92- con el que se tiraba sobre un blanco que quedaba recortado sobre el azul marino que llegaba hasta Los Moriscos. Aquella mortífera herramienta no estaba pensada para abatir a los pájaros sino a los seres humanos que habían pasado a ser nuestros enemigos por obra y gracia de los partes de guerra. “Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás; y quien mate, comparecerá ante el tribunal. Pero yo os digo: Todo aquel que se enoje contra su hermano, comparecerá ante el tribunal…”.Y qué hacer, ante la duplicidad de mensajes, ante una situación que nos podría conducir a decidir, motu proprio, sobre la vida o la muerte de un semejante. Si temblé, pensaba aquel que mató a un gorrión, al sentir los estertores del pájaro herido que me ocurrirá al observar como se le va la vida a aquel que le disparé con el Mauser. Matar o no matar, esa era y es la cuestión.
En otro día, ajusticiado por el rigor de la canícula, el cauce del barranco de Santos pudo verle, tiradera en ristre, matando y formando un haz con lagartos. El asunto era llegar al barrio y presumir enseñando los lagartos cazados después de una jornada de llena de tiempo libre. Y aunque nunca se paró a buscar la razón lo cierto era que el asesinato de lagartos no le producía, a pesar de que se trataba de seres vivos, ningún tipo de remordimientos. ¿Es que los lagartos sí merecían la muerte y los pájaros no? Vaya usted a saber, o, mejor, que se lo pregunten a los teólogos. A esos hombres que tratan de buscarle justificación a todo apoyándose en la fe como teologal virtud. A las mismas personas que se han dedicado a inocular su particular veneno ideológico hasta lograr que todo nos resulte dudoso a la hora de interpretar la realidad y la ficción que genera la fundamental creencia. Pasó el tiempo, la hojarasca cubrió todo el suelo con las hojas caducas, y las circunstancias vividas le vinieron a enseñar que se puede pasar de ser un asesino de pájaros a un auténtico asesino. Aunque los muertos sean, por mor de la legítima defensa, muertos legales. Muertes legales allá en Afganistán, Irak, África, América y Oceanía. Todo es posible de producirse después de haber perdido la inocencia. Y qué pena, penita, pena.

2 comentarios:

  1. Muy profundo, Alberto. Tengo que confesarte que en mi infancia no disparé balines contra animalito alguno, pero usé lazos de balangos y tiradera para cazar lagartos en Barranco Godínez del entoces Realejo Bajo y no recuerdo sentír remordimiento alguno, eso sí, solo verdinos, no me preguntes porqué... sería por su falta de camuflaje. En aquella sociedad rural, cazar reptiles y roedores era normal. Da que pensar.

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  2. Gracias por ayudarme a recordar los lejanos dias de infancia, en este otoño de nuestra vida.
    Para mi lo mas valioso de esa etapa era la libertad que disfrutabamos, apenas nuestro peor enemigo era el viejo del saco y no le teniamos ni fisco de miedo.Besitos.

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