lunes, 18 de abril de 2011

Erradicar la indigencia

Para cornadas… las que da la vida. Presumimos que cuando un ser humano, que ha visto como se ha desarrollado su vida en una sociedad civilizada, sufre lo indecible por culpa de los embates que le regala su existencia vital, en forma de injusticia social, soledad extrema, enfermedades de las que se tutean con la muerte, desengaños sentimentales y un largo etcétera, lo normal es que se produzca un derrumbamiento en su personalidad que le obligará a vivir refugiándose en su propia e inventada realidad.  Huyendo del infierno en que lo sitúa la realidad de los otros el indigente busca un alejamiento de los que se dice son sus semejantes buscando un lugar en el que poder, en los momentos de lucidez, rumiar su desventura libando, las más de las veces, de un envase de cartón que contiene vino pendenciero, peleón y pirriaco.  El indigente encuentra su querer en la calle y en la calle come, bebe y duerme. Duerme al cielo raso, protegiéndose con unos cartones que le tapan el frío y levanta la mano, de vez en vez, para pedir la limosna. Le da lo mismo Juana que la hermana y, por aquello de que de perdidos al río, no padecen por la vergüenza del qué dirán. Qué dirán los que un día le vieron y ahora lo vuelven a ver así, tan desolado, tan abatido, tan triste, tan indefenso.  
Las ciudades, Santa Cruz de Tenerife entre ellas, nunca han sido ajenas a la presencia de indigentes. En la ciudad capital, Santa Cruz, un indigente que vivía con un signo de interrogación a cuestas y que era conocido por el sobrenombre de Samburgo, mantuvo en vilo a todo aquel ciudadano que lo observaba cruzar como un viento helado por las zonas limítrofes del barrio de El Toscal. El interés por Samburgo estribaba en las especulaciones que nacieron al socaire de la que pudo ser su profesión antes de de caer en desgracia. ¿Fue médico Samburgo? Aquel prócer mendigo, venido de solo Dios sabe dónde, abandonó un día el barco que lo trajo a puerto para terminar muriendo de gripe y para ser enterrado en una fosa común del cementerio de Santa Lastenia. Triste vida para una triste muerte.
Alberto Ruiz Gallardón, al parecer más preocupado por la estética que por la ética, se ha propuesto gestar una ley que sirva para erradicar de Madrid a lo que considera una plaga más: la plaga de indigentes que parece haber convertido a la capital de España en lugar de encuentro y peregrinación para toda una tribu de dejados de la mano de Dios. Según Gallardón procede erradicar de la ciudad a los indigentes porque con la indigencia parecen estar asociados toda una serie de problemas de difícil solución. Lo mejor para la ciudad sería tratar de conseguir que todo aquello que moleste a la vista permanezca en estado larvado porque ojos que no ven corazón que no siente. Los problemas, siguiendo esta postura política, en casa deben quedarse y en casa deben resolverse. A Gallardón le preocupan los efectos pero obvia las causas que han dado lugar a tamaño estropicio social. El alcalde madrileño no parece apostar por el único progreso que merece un tratamiento universal: el progreso social. Un progreso social que sitúa la línea de su horizonte allí donde se mantiene viva una justicia social que nos englobe a todos -y que a todos nos haga un poco más felices- y nos sumerja en un mundo mejor por más justo. Lo que debería preocupar a Ruiz Gallardón -y a los que como él piensan- es averiguar y poner remedio a las causas que han determinado que los indigentes asentados en su solar municipal se hayan multiplicado como el pan y los peces y sin necesidad de milagro. Para que hayan menos indigentes tendrían que haber menos seres desgraciados y esto podría conseguirse a partir de una praxis política que le dé preferencia a los temas sociales: trabajo para todos, educación para todos, sanidad para todos, vivienda para todos… Erradicar la indigencia utilizando métodos más expeditivos sería como si nos situáramos en la antesala de un campo de exterminio. Exterminar al indigente y fumigar allí dónde un día tuvieron su casa -una casita de papel- no es la mejor manera para satisfacer a los que gritaron, gritan y gritarán: “¡Viva la vida!”.

1 comentario:

  1. A proposito de este tema,el otro dia vi en tv una casa de acogida en Zaragoza, para hombres en paro y sin hogar, donde tenian sus necesidades basicas cubiertas y dedicaban todo su tiempo a una busqueda activa de empleo.
    Todo un ejemplo para que esta gente no vaya directamente a la calle. Un abrazo.

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