Algo huele a podrido aquí, en estas Islas, después de que fueran sido transferidas las competencias educativas desde la metrópoli. Y si afirmo tal cosa es porque me llama poderosamente la atención que después del tiempo pasado la educación de los canarios esté, por culpa de sus males, en boca de las administraciones estatales y europeas. A las primeras de cambio, así a bote pronto, nuestro primer juicio de valor se asienta en una pregunta que consideramos sustantiva: ¿Qué es lo que está ocurriendo con la educación canaria para generar las tasas de abandono que experimenta y, a su vez, para obtener unos resultados académicos que casi siempre apuntan al fracaso? Sabedores, todos lo sabemos, de que con las transferencias educativas todo ha ido a peor porque no hemos sido capaces de adecuar nuestro sistema a la modernidad que reclaman y se exigen las naciones actuales. Cuesta entender, y mucho menos admitir, que las transferencias educativas hayan servido para algo más que para llenar las arcas de una Comunidad Autónoma sólo preocupada en un derroche desmesurado y en una planificación de los estudios obsoleta y caduca. Cuando aseguran, desde la odiosa comparación y generalizando, que nuestro sistema educativo es comparable a los países que enarbolan la bandera de la modernidad están olvidando que sólo son validas las comparaciones globales, es decir, no podemos asegurar que la educación francesa brilla más que la española sin efectuar, a cambio, las debidas comparaciones con el sistema de la nación española considerado en su conjunto. Lo que pretendo decir es que las razas y los pueblos guardan para sí diferencias manifiestas que las hacen ser variadas. Y tales diferencias conforman un todo que va mucho más allá que la parte. Terminaremos por concluir que toda nación es grande si es grande su enseñanza, su sistema educativo. No es de recibo efectuar una comparación con el sistema educativo de otros países si esa comparación no se lleva a efecto con la otra nación considerada en su conjunto.
Ha quedado escrito que fueron Rousseau, Pestalozzi y el idealismo alemán los que dieron lugar al cambio sustantivo que supuso incorporar a los alumnos al saber. Hasta aquel momento los sistemas educativos sólo contemplaban al maestro y al saber acumulado. Con la incorporación de los alumnos el sistema educativo adquiría una nueva y mayor dimensión y una participación de los alumnos que enriquecía los centros de saber. Quedaba por averiguar la cantidad de saber a impartir y la participación e implicación de los profesores en su sacrosanta labor. En Canarias se mantienen unas infraestructuras dignas y, a su vez, el profesorado que ejerce su labor alcanza niveles más que aceptables, sin embargo, ha sido preciso traer especialistas de fuera para que realicen un estudio adecuado a la situación que nos atañe. ¿Qué hemos hecho entonces para tener que pedirle ayuda a unos extranjeros -los adelantados de PISA-? La educación y formación de los canarios no sólo tiene que ver con lo que nos puedan enseñar aquí o allá. La formación de nuestra gente, cuestión vital dicho sea a propósito, es un problema insertado en otros problemas. Y son, precisamente, esos problemas los que han sido obviados desde una manera de actuar de la Administración siempre empecinada en situar nuestros problemas educativos en el marco establecido por alumnos y profesores. Los alumnos no son ni mejores ni peores que los alumnos de antes lo que sí es peor, y esto les está afectando, es el medio natural en el que están llevando a cabo sus actividades. Y los profesores conforman un colectivo con el que no se cuenta para nada ni en nada. Son los convidados de piedra en el escenario de una vida que los maltrata moral y económicamente. La Consejería de Educación del Gobierno de Canarias que bien supo reclamar las transferencias a Madrid se ha limitado a ir de fracaso en fracaso hasta que una evaluación externa ha puesto en evidencia sus incontables males. Y Ahora, como diría mi abuela: “Güi, canta y no llores”.