miércoles, 30 de marzo de 2011

Llamarme guanche

Antonio Tejera Gaspar, un investigador riguroso para con la prehistoria de las Islas Canarias, ha tenido a bien confesar que considerará al suyo un trabajo inacabado si no llega a encontrar esa certeza -tan buscada, tan deseada y tan necesaria para alcanzar la verdad de nuestro pasado- que tendría que desvelarle el origen de los primeros pobladores de este Archipiélago. Y no deja de resultar llamativo que una de las personas que más sabe sobre los indebidamente llamados aborígenes se plantee estas dudas y, por el contrario, que todo un rosario de iluminados -políticos de salón, periodistas de medio pelo, historiadores al servicio de los intereses creados y un largo etcétera- se atrevan a utilizar, en provecho propio, los argumentos banales que tratan de edificar nuevas y controvertidas versiones sobre las señas de identidad que, dicen, están perdidas en medio de la sinrazón y de los sentimientos fingidos. Recuerdo haber participado, junto al Catedrático de la ULL, en una mesa de trabajo en la que se trataba de elaborar el material necesario para poner en escena la historia de las Islas. En un momento de las conversaciones, cuando todo parecía inclinarse a darles un papel protagonista a los guanches, tuve la oportunidad de confesar que consideraba más importante analizar el período de tiempo comprendido entre la arribada de los hombres de Lugo y el tiempo actual porque resultaba necesario aclarar otra suerte de lagunas. Antonio Tejera Gaspar, que también destaca por ser un hombre listo, tuvo a bien asentir porque tenía muy claras las limitaciones de un espectáculo ideado, fundamentalmente, en ese pasado histórico que se ha convertido en filón para los advenedizos.
Desde la natural atalaya que nos otorga el tiempo ya podemos decir -con algunos márgenes para el error- que la teoría más probable es aquella que considera que los guanches fueron individuos provenientes del noroeste africano. Todas las sociedades preeuropeas de Canarias pueden ser emparentadas originariamente con los antiguos libios actualmente denominados con el término genérico de bereberes o amazigh. Presumiblemente de estas tribus, numerosas y diferentes, provienen los individuos que, según otra teoría muy fundamentada, fueron deportados por los romanos como castigo resultante del enfrentamiento mutuo. Nos estamos refiriendo, copiando de Tejera Gaspar, al destierro y a las deportaciones a islas, castigo que se conoce como Deportatio in insulam. Leído lo leído no dudamos a la hora de afirmar que el castigo mayor sufrido por los guanches tiene mucho que ver con un desarraigo forzado hacia un ignoto destino. Sin embargo, desde un preocupante desconocimiento de nuestro tiempo pretérito, son legión los que se alinean junto al estandarte que sigue considerando a los conquistadores como verdaderos artífices de las mayores desgracias para el pueblo aborigen. Las desgracias, que indudablemente se produjeron, comenzaron antes de la conquista. Porque, caso de querer admitir como cierto lo escrito por Abreu y Galindo, nos encontraríamos con esto que sigue: “Y así, cortadas las lenguas, hombres y mujeres y hijos los metieron en navíos con algún proveimiento y, pasándolos a estas islas, los dejaron con algunas cabras y ovejas para su sustentación”.  
Si se considerara como punto de partida para el poblamiento la fecha de la victoria romana sobre Cartago -146 a.C.- y se le sumaran los años transcurridos hasta que las islas fueron totalmente incorporadas a la Corona de Castilla nos encontramos con 1.500 años reflejados de forma sucesiva en las dataciones cronológicas disponibles. Como se entenderá un período de tiempo lo suficientemente largo para que una población cambie aspectos esenciales de su manera de ser y estar en la vida. Y si se le añade al tiempo las características de un nuevo clima y de un paisaje distinto no sería descabellado pensar que entre el guanche originario y el que se enfrentó al Adelantado existían notables diferencias. ¿A qué guanche se refieren, por tanto, los que aseguran tener una herencia de la sangre establecida, según ellos, por marcadores genéticos afines? ¿Y si unos escasos marcadores genéticos les conectan con el pueblo aborigen qué decir del resto de los marcadores que conforman el código genético? No creo que sea acertado retroceder en el túnel del tiempo para reencontrarnos, desde un victimismo ramplón, con un pueblo que puede pervivir en nosotros más por un exceso de sentimentalismo que por el rigor de la ciencia.  Porque ahogar en un exceso de sentimiento patrio -de patria chica, claro- lo que hemos heredado después de la Conquista supondría, sobre todas las cosas, una tremenda injusticia. Yo no he encontrado, por más que me lo haya propuesto, a ese guanche que algunos aseguran llevar dentro. Y a los que sí sienten, desde la buena voluntad, que llevan un guanche consigo decirles que, hasta ahora, cualesquier aproximación que se haga sobre los sentimientos más hondos de los primeros pobladores de Canarias se lleva a cabo más desde nuestro Yo sentimental que desde los razonamientos más serios. Por Dios bendito, separemos ya la paja del grano porque esa será la única manera de conocer más y mejor a los primeros que se asentaron en esta tierra y supieron adaptarse a la misma.

lunes, 21 de marzo de 2011

Cochitos locos

Ahora que los juicios de valor e intención de la opinión pública ha decidido contaminarlo todo a consecuencia de los problemas energéticos asociados a la subida del petróleo crudo y , lo que resulta más lamentable, el acoso y derribo al que se ve sometida la energía nuclear debido al terremoto y posterior tsunami que asoló la costa de Japón, ahora, cuando el esperpento asoma por cualquier esquina de nuestras vidas, uno entiende que procede hablar de los cochitos locos de las ferias ya que en los mismos la energía que reclama mover al propio cochito y a los que se montan en él se obtiene mediante la transformación de la energía eléctrica en mecánica con el concurso de un pequeño motor eléctrico. Nadie debería decir, porque sería una mentira descarada, que en la pista y los alrededores de esta atracción de la feria se percibe la presencia de gases contaminantes porque no existen. Pero como en los cochitos locos se produce una transformación energética -la energía eléctrica se convierte en energía mecánica- alguien interesado en mejorar el panorama cultural de los canarios está obligado a explicar, al socaire un principio inviolable de las ciencias físicas, dónde, cuándo y cuánto, se produce la contaminación de la energía eléctrica consumida por una atracción de feria muy bien iluminada y con unos cochecitos siempre a punto para perseguirse y armar jaleo. Mas, por aquello de que el Gobierno de todos los canarios no muestra una preocupación excesiva a la hora de impartir conocimientos a sus ciudadanos, uno cede a la natural sensación de adelantarse para afirmar que los cochitos que se mueven gracias a un motor eléctrico contaminan allí mismo donde se genera la electricidad. Y lo mismo ocurre con el tranvía y con todos los sistemas que funcionan merced a la tracción eléctrica. Y aquí no hay atutía.
Como éramos pocos parió la abuela. Y parió la abuela en una isla, El Hierro, que por aquello del ciento por ciento de energías renovables -yo no me creo lo que se dice al respecto- piensa en un futuro cuasi inmediato sustituir todo su parque móvil -en la actualidad movido por motores de explosión y de combustión interna- por vehículos eléctricos. Y lo que se pretende en esta isla de Canarias también se plantea en esta España de pan, toros -o fútbol- y corrupción. Pues bien, los coches eléctricos que se proyectan funcionan mediante la transformación en energía mecánica de la energía acumulada en un sinfín de baterías que ocuparán los bajos del vehículo. La energía, esto es sabido, ni se crea ni se destruye, solamente se transforma. Dicho esto la pregunta que surge es ésta: “¿De dónde sale la energía necesaria para cargar las baterías cada vez que estas se agoten después de un largo recorrido?”. Pues bien, estoy en la obligación de decir que las baterías, antes como ahora, se cargan acoplándolas a un sistema de carga que se alimenta con la energía eléctrica que le proporciona la red. En resumen, que el coche eléctrico no consumirá allí donde esté circulando pero si consumirá -en la parte proporcional que le corresponde- y emitirá sus gases contaminantes en las chimeneas de las centrales. Desde la puerilidad de ciertos pensamientos algunos podrían decir que si las baterías fuesen cargadas con energía eólica no habría contaminación posible. Y yo diría que resultaría divertido intentar mover todos los vehículos de una ciudad importante apoyados, únicamente, en la energía aportada por los aerogeneradores. No sé lo que les pasará a ustedes pero lo que es a mí no deja de hacerme sonreír esa vieja estampa en la que se ve a un número importante de lugareños abrigados con una manta esperancera aguardando, pacientemente, al viento bendito que tendría que mover a las aspas de los antiguos molinos de grano para obtener gofio. En fin, como diría un pescador de Los Llanos : “ Ay, Señor,toda la noche pescando pa’ coger cuatro caballas muertas y encimba quiere que se las dé rigaladas .

miércoles, 9 de marzo de 2011

Leer, escribir...

Cuando Toñi, el hijo del teniente Eugenio, nos espetó, sin ninguna clase de miramientos, que había suspendió en el ingreso a la academia militar debido a que no sabía leer ni escribir, el mundo, tan ancho y tan ajeno, se nos vino encima. Y es que Antonio Pérez Luis había ya obtenido el título de Bachiller y nosotros, con menos años que él, ya presumíamos -sin tener motivos para ello- de saber leer de corrido y escribir con soltura porque habíamos superado el examen de ingreso en el instituto. Sin embargo Toñi, que ya podía hablar con conocimiento de causa después de su amarga experiencia, nos demostró que leer correctamente exigía un gran esfuerzo de concentración para poder darle sentido al texto aplicando una acertada entonación y estableciendo unas pautas siempre de acuerdo con los signos de puntuación. Y fue así que, entre confundidos y asustados, cogimos un texto al azar, leímos un pedazo del mismo, y caímos en la cuenta de que lo dicho por aquel vecino y amigo de la infancia era cierto; no sabíamos leer correctamente. Y mucho más fácil fue comprobar que no sabíamos escribir porque para escribir correctamente se necesitaba una formación exquisita y casi siempre alejada de una enseñanza elemental poco exigente a la hora de evaluar nuestros conocimientos. ¿Y qué es lo que había pasado para que Toñi y todos nosotros hubiésemos sido considerados aptos para cursar el Bachillerato? Pues lo que pasó, pienso, es que las varas de medir utilizadas, en el Instituto y en la Academia Militar, no fueron las mismas. Así de simple, así de verdadero.
El día aquel en el que Alfredo Bryce Echenique nos dio un plantón a la hora de firmar sus libros en nuestra plaza de España, una joven, una leedora impenitente, estaba aferrada a un ejemplar de La Vida Exagerada de Martín Romaña. Inicié una conversación con ella y le comenté que yo procuraba esquivar los libros muy gruesos porque había llegado a la conclusión de que la acción de leer reclama un esfuerzo considerable, agotador. Y fue en ese momento que la chica me contestó que le gustaba mucho leer y que si compraba libros gordos era porque le duraban mucho más a la hora de ser leídos. “Me gusta leer, pero como no dispongo de mucho dinero tengo que apoyarme en los trucos para poder satisfacer mi afición por la lectura”. Bien, pues a pesar de haber vivido aquella experiencia tan enriquecedora yo he seguido en mi erre que erre al seguir manteniendo la tesis de que leer, siempre que lo leído tenga un mínimo de enjundia, supone realizar un esfuerzo y que ahí puede pivotar una de las causas para que se lea tan poco. Se aprende a leer leyendo y sólo los que leen están en disposición de contar por qué lo hacen. Y los que leen en voz baja, aferrados a un supremo recogimiento, harían muy bien en atreverse a leer en voz alta y ante el público para así poder superar un temor que se nos antoja ancestral, al menos en Canarias, y superar con creces el ingreso en una academia militar.
Escribir es otra cosa. Escribir nos obliga a respetar, sin permitirnos ningún tipo de licencia, las normas establecidas por la Real Academia. Escribir supone aislarse temporalmente del mundo real para centrarse, exclusivamente, en rellenar con un mensaje pleno de sentido un folio de papel de color blanco inmaculado. Tal es el grado de reflexión, de auténtico ensimismamiento, que si la totalidad de las horas del día fueran dedicadas a escribir acabaríamos aburriendo y aburriéndonos a nosotros mismos. Después de dedicar gran parte de mi vida a la acción de escribir, no tan bien como quisiera, todavía no he alcanzado a saber por qué y para quién escribo. Lo que sí sé, al contrario que otros, es que escribo para ser leído y no para ir acumulando lo escrito en lo más hondo de una gaveta. Digamos, al fin, que la sensación última es que uno escribe para introducir el mensaje en una botella que puede ir a parar allá a las orillas, a cualesquiera orilla, donde blanquea la salobre espuma.  Nuestra trayectoria vital exige que leamos y escribamos para poder mantener vigente aquello que un día aprendimos no sin esfuerzo. Leer, escribir… dos nobles acciones con cuyo dominio podríamos conseguir ser admitidos en la más exigente Academia Militar. Toñi, el hijo del teniente Eugenio, confesó no saber leer ni escribir a pesar de contar en su haber con el título de Bachiller, así es que, cuando veas las barbas de tu vecino arder...

domingo, 6 de marzo de 2011

Tanto va el cántaro a la fuente...

 
Me veo en la obligación de confesar, por si acaso hay una medalla que colgarse -tengo una medalla concedida y anda perdida en la casa-, que he llegado hasta el hartazgo a la hora de escribir sobre la problemática energética que envuelve a las Islas Canarias sin que nadie, que yo sepa, haya aprovechado la teoría y la praxis de unos planteamientos que siempre se han apoyado en el rigor que establece la electricidad, como ciencia, y en ciertas dosis de sentido común. Durante cerca de 45 años anduve dedicado a la docencia en un centro que fuera -ya no lo es- el mejor de Canarias en materias de Formación Profesional y nunca dejé de volar mucho más alto que el nido del Cuco para estar a la altura de unas circunstancias que barajaban, sobre todas las cosas, el sacrosanto compromiso de enseñar a los incontables alumnos que un azar venturoso puso en mis manos. En mi día a día en las aulas y talleres rara vez deje de ceder a la tentación de exponer y comentar a mis alumnos la actualidad de nuestra realidad energética apoyándome en los numerosos datos que obtenía desde los relatos oficiales y, más aún, de los que me eran facilitados por mis compañeros de pupitre que, a la sazón, trabajaban en nuestras centrales de energía y en empresas del ramo. Toda mi actuación se ha correspondido con una actitud vocacional cuasi innata y con un deseo de superación que siempre ha tendido a saber la suficiente para que fueran pocos los que intentaran mirarme por encima de sus hombros. Puede que a través del conocimiento haya logrado forjar mi carácter y no descarto que sea el conocimiento mismo el que me ha convertido en un rebelde con causa.
No sé si debería pedir perdón por una introducción tan poco humilde pero lo que sí sé es que ha llegado la hora de llamar pan al pan y al vino vino en aras de evitar la confusión de una  opinión pública que muy bien se ha ganado la atención y el respeto de sus políticos. Porque  ha sido la política, errática, amañada, mentirosa y poco o nada cabal  la que nunca tuvo los arrestos suficientes para considerar al gas como un importante recurso energético que necesitaba, y sigue necesitando, una planta de regasificación para convertir en manejable al gas que nos viene licuado. Se ha despreciado al gas y, con él, la posibilidad de una generación más rentable y con menos emisiones contaminantes. Nunca se ha mirado al carbón -claro que el carbón es negro- y a los esfuerzos que se están realizando, desde la química y la tecnología, para poder atrapar el CO2 excesivo. Todos los esfuerzos se han centrado en venderle al pueblo canario la posibilidad, totalmente falsa a medio plazo, de resolver la demanda energética apoyándose en los aerogeneradores y las placas fotovoltaicas. No paran a la hora de publicitar a la isla de El Hierro sin comunicar, de manera honesta y abierta, que allí, en tan pequeño territorio, con 10 MW -megavatios- de potencia instalada pueden satisfacer sus necesidades. ¿Y si tan bondadoso es el plan para la isla de los herreños cómo explicar que se siga contando con una central convencional para garantizar la producción?
Dependemos, incluso en las energías verdes, del exterior ya que nuestro raquítico desarrollo industrial no permite que construyamos molinos ni células de silicio para fabricar las placas fotovoltaicas. Ciertamente hemos alcanzado a instalar aerogeneradores y huertos solares porque en época de vacas gordas las subvenciones animaron a las inversiones. Pero debemos decir, porque es verdad como un templo, que las energías eólicas y fotovoltaicas traen de cabeza a una empresa, Red Eléctrica de España -empresa que llegó de la mano de los falsos nacionalistas-, que se las ve y se las desea para mantener en sus justos valores a la frecuencia del suministro. Los 50 Hz -hertzios- exigidos son atacados, continuamente, por unas energías alternativas que dependen del viento que sopla y de que una nube y otra tapen al Sol. Si el suministro dependiera, exclusivamente, de estas formas de generación les garantizo que nuestros equipos eléctricos no pararían de averiarse.  Y para decir esto que digo no hace falta ir a Alemania para estudiar en una universidad ya que todo se basa, esencialmente, en una interpretación acertada de la primera ley de Kirchhoff.  ¿Quieren que se la explique? ¿O esperamos a que sea Rodríguez Zapatero el que decida sobre nuestra política energética? Sí, Zapatero, el mismo que dijo no y luego sí a la prolongación de la vida de nuestras centrales nucleares. Y sabemos que las mentiras tienen las partas muy cortas y que basta una crisis económica para ver reducido el marco en el que se desenvuelven los engaños clamorosos. Ahora hasta los ecologistas más verdes tienen que rendirse a la evidencia que supone la necesidad del gas y el Gobierno de Canarias, ¡ay!, el Gobierno de Canarias, está obligado a dejar de hacer equilibrios en el trapecio porque eso es cosa de Pinito del Oro.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Asesino de pájaros

En la serena y luminosa mañana el ánimo estaba dispuesto para descansar a la sombra de la arboleda y esperar, pacientemente, a que los indefensos gorriones decidieran posarse en las ramas de la pimentera. La escopeta de balines, en la que ya había sido colocado el diábolo, estuvo presta para orientar su punto de mira hacia lo alto, hacia la rama elegida por el pequeño animal, para ser centrado en la casi ausente masa de una bola de plumas que no paraba de moverse. A partir de ahí todo fue sencillo; muy sencillo: el gatillo sufrió la presión del dedo índice y el balín, apresurado, veloz, tiñó de sangre al plumaje. Cayó al suelo el pájaro y la misma mano que lo había matado supo de los últimos temblores y del calor que daba la vida. ¿Qué he hecho Dios mío, qué he hecho?, musitaba, entre aterrado y compungido, aquel que se había atrevido a cazar pájaros con un método más sofisticado que el de la tiradera. En el regreso al hogar, lleno de los remordimientos que generaron un orden moral debidamente aprendido, se prometió, una y otra vez, que la escopeta de aire comprimido no la volvería a utilizar más allá de una caseta de ferias. Y cumplió su promesa.
El aprendiz de cazador creció y vio como los pantalones cortos pasaron a ser largos. Creció tanto que dio la talla para pasar a formar parte de uno de los reemplazos establecidos por ley para cumplir con el servicio a la patria, a la patria grande, claro, porque la patria chica ya estaba bien defendida por el compromiso innato, congénito quizás, de los que sienten apego por la tierra que les ve nacer, vivir y, presumiblemente, morir. Ya en el cuartel, que era de verano, lo instruyeron muy levemente sobre el manejo de las armas. En los comienzos fue el mosquetón -Mauser calibre 7,92- con el que se tiraba sobre un blanco que quedaba recortado sobre el azul marino que llegaba hasta Los Moriscos. Aquella mortífera herramienta no estaba pensada para abatir a los pájaros sino a los seres humanos que habían pasado a ser nuestros enemigos por obra y gracia de los partes de guerra. “Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás; y quien mate, comparecerá ante el tribunal. Pero yo os digo: Todo aquel que se enoje contra su hermano, comparecerá ante el tribunal…”.Y qué hacer, ante la duplicidad de mensajes, ante una situación que nos podría conducir a decidir, motu proprio, sobre la vida o la muerte de un semejante. Si temblé, pensaba aquel que mató a un gorrión, al sentir los estertores del pájaro herido que me ocurrirá al observar como se le va la vida a aquel que le disparé con el Mauser. Matar o no matar, esa era y es la cuestión.
En otro día, ajusticiado por el rigor de la canícula, el cauce del barranco de Santos pudo verle, tiradera en ristre, matando y formando un haz con lagartos. El asunto era llegar al barrio y presumir enseñando los lagartos cazados después de una jornada de llena de tiempo libre. Y aunque nunca se paró a buscar la razón lo cierto era que el asesinato de lagartos no le producía, a pesar de que se trataba de seres vivos, ningún tipo de remordimientos. ¿Es que los lagartos sí merecían la muerte y los pájaros no? Vaya usted a saber, o, mejor, que se lo pregunten a los teólogos. A esos hombres que tratan de buscarle justificación a todo apoyándose en la fe como teologal virtud. A las mismas personas que se han dedicado a inocular su particular veneno ideológico hasta lograr que todo nos resulte dudoso a la hora de interpretar la realidad y la ficción que genera la fundamental creencia. Pasó el tiempo, la hojarasca cubrió todo el suelo con las hojas caducas, y las circunstancias vividas le vinieron a enseñar que se puede pasar de ser un asesino de pájaros a un auténtico asesino. Aunque los muertos sean, por mor de la legítima defensa, muertos legales. Muertes legales allá en Afganistán, Irak, África, América y Oceanía. Todo es posible de producirse después de haber perdido la inocencia. Y qué pena, penita, pena.