viernes, 28 de enero de 2011

Luna nueva

En su desmedido afán por recortar los gastos que se generan en los inmuebles e infraestructuras destinadas al uso público el Gobierno de Canarias ha decidido suprimir el horario vespertino de los funcionarios. En esta decisión, que cabalga sobre los lomos de la tragicomedia, podría pensarse que hay gato encerrado ya que, analizando la cuestión, se matan dos pájaros de un tiro. Por un lado, bajo el pretexto de un ahorro significativo de energía, se le birla al personal la posibilidad de conciliar la vida laboral y familiar con el añadido de la media jornada de los lunes y, por otro lado, se pretende dar a conocer a la ciudadanía que el ahorro empieza por uno mismo. Y lo que no se dice, porque no conviene, es que en el resto de las horas diurnas se trabaja con el alumbrado fluorescente a toda mecha porque la mayoría de los edificios, llamados enfermos, fueron proyectados de espaldas a una climatología cálida, luminosa.
Las egregias mentes que parieron esta medida deberían saber que, en este caso concreto, el ahorro en energía se corresponde con el chocolate del loro. Porque lo que tendría que hacerse, ya que lo establece la ley, es realizar un exhaustivo estudio en todos los locales de trabajo -públicos y no públicos- para ver si cumplen con los niveles de iluminación legalmente establecidos. Ya va siendo hora de contemplar a un inspector de trabajo, luxómetro en ristre, comprobado si un trabajador está perdiendo la vista por culpa de los excesos o defectos de luz. El nivel de iluminación en un lugar concreto de trabajo debe mantenerse constante y es mala manera de intentar ahorrar energía apagando el alumbrado artificial si el Sol, como ocurre con frecuencia, está cubierto por las nubes. Como es fácil entender ahorrar energía a costa de la salud de los trabajadores es una medida ilegal y condenable. Para apuntalar mi particular manera de pensar digamos que los desarrollos tecnológicos actuales permiten poner en práctica métodos y sistemas en los que prima la eficacia.
En los momentos difíciles, y ahora vivimos uno de esos momentos, la gente tiende a utilizar a la odiosa comparación para ponerle una barrera a sus males. Pues bien, desde esa odiosa comparación y refiriéndonos al tema de la luz, a la mayoría de las personas se les ha ocurrido pensar que si las prácticas deportivas se realizaran a plena luz del día nos ahorraríamos un buen pico. Verbigracia,  el pasado domingo, el día en el que el Club Deportivo Tenerife jugó por la mañana, sus arcas no se vieron agravadas por una importante cantidad de dinero. En realidad lo que el Gobierno anuncia ahora, ese pírrico ahorro de energía en los edificios públicos, se corresponde con una política de gestos. Son los brindis al sol de los que no saben cómo afrontar las soluciones a una crisis que ya pasa de castaño oscuro.
Volviendo a los niveles de iluminación digamos que frente a los 250 lux recomendados para una oficina se oponen los 1.000 lux necesarios para retransmitir un partido de fútbol con la televisión en color. Ante tamaño derroche de energía nos encontramos con la luz gratuita de de la luna nueva que permite recorrer un camino con total seguridad en medio de la oscuridad de la noche. Lo que pretendo decir es que las antiguas fuentes de luz -naturales y artificiales- podrían ser el referente necesario para proyectar y resolver lo que hoy día se ha convertido en un auténtico derroche de energía. En resumen, que ni tan poca luz como antes ni tanta luz como ahora.
De auténtico dislate puede ser considerado utilizar la modificación del horario laboral con el propósito de ahorrar energía ya que, una de las ventajas de la luz artificial consiste en poder establecer tres turnos de trabajo en las fábricas e industrias de todo tipo. El ahorro de energía, aunque necesario, encuentra su límite allí donde la calidad de vida comienza a verse resentida. Esta medida con la que ahora nos ha sorprendido el Gobierno de Canarias no soluciona nada pero da pie para pensar que aquí hay gato encerrado. Vamos que se pretende matar dos o más pájaros de un tiro.  

lunes, 24 de enero de 2011

Alcaldada

Aunque cada día tengo más dudas al respecto lo cierto es que sigo pensando, como español y canario, que sigo viviendo en un estado de Derecho y en un régimen de libertades democráticas.  En este país en el que nos ha tocado vivir y bajo ese estado de Derecho somos las suficientes personas -varios millones de seres humanos- para exigir un sistema normativo que pueda hacer posible la convivencia ciudadana aunque el gusto de cada uno por una manera determinada de vivir se vea condicionado. La libertad de cada uno, un principio ético por el que se podría dar la vida, debe ser aceptada en la medida que no atente contra la libertad del otro. Muy conocido es ese ejemplo en el que se nos muestra a un individuo que es llevado a la presencia de un juez porque había entendido que podía ir dando manotazos a su alrededor incluso cuando en su radio de acción alguna persona sufriera las consecuencias de sus golpes. La normas que nos hemos dado a partir de lo que se aprueba por nuestros representantes en la Cortes Generales con toda seguridad no nos convencen a todos, más aún, existen leyes vigentes que uno entiende, desde el foro de su propia razón, que son injustas. Y pueden existir leyes injustas porque el poder establecido, en manos de unos políticos advenedizos y presos de su ansia de poder, establece normas legales que tratan de dejar contentos a los unos y a los otros, al trabajador y al empresario, al que condena y al que es condenado, al policía y al ladrón….Así, de esta manera, y sin que se lleguen a tener claros, como el agua clara, los derechos y deberes de todos y cada uno de nosotros lo normal es que muchas más veces de las deseadas no estemos contentos con el fallo de los tribunales.
Al rey la hacienda y la vida se ha de dar;
                                                      pero el honor es patrimonio del alma,
                                                      y el alma sólo es de Dios.
Presumiblemente en estos versos de Calderón quede reflejado ese innato rechazo de la sociedad a lo que establecen las leyes que, sin duda, están para ser cumplidas. Para ser cumplidas por todos, sin excepciones, ya que, de no ocurrir así, cada uno podría cumplir con aquello que le interesa y pasar por alto lo que podría perjudicarle. La libertad nace de la justicia y la justicia del bienestar de todos. Y lo recién dicho, que no deja de ser una utopía para nuestro pensamiento, nos hace vivir la esperanza de un mundo mejor por más justo. Bien, pues así las cosas, consideramos una auténtica alcaldada que Paulino Rivero Baute , presidente de la Comunidad Autónoma -y corredor de maratones en su tiempo libre-, haya decidido, a golpe de Boletín, considerar de interés general la retransmisión de un partido de fútbol  para apuntalar su cosecha de votos. Sin encomendarse a Dios ni al mismísimo demonio se ha sacado de su mágica chistera una norma establecida para situaciones de emergencia ignorando que los derechos de la retransmisión ya se habían fijado y pactado entre una televisión nacional y el equipo de los birrias. Ante tamaño derroche de prepotencia ha bastado que una de las partes contratantes amenazara con acudir a los tribunales para que don Paulino se arrugase como si fuera un higo pasado. Parodiando al añejo canto diremos que su vida, a partir de ahora, queda marcada por las leyes. Las leyes establecidas en un estado de Derecho y en un régimen de libertades democráticas.
Desde este ramalazo de despotismo ilustrado nuestro Presidente decidió proporcionarle una buena nueva a su pueblo sin dejar que ese mismo pueblo haya participado en una decisión poco o nada acertada para los tiempos que corren. A partir de un paternalismo mal entendido Paulino Rivero nos hizo retroceder al pan y fútbol -o toros- de los tiempos de Franco para que la gente olvidara sus penas durante un par de horas. Sin que todavía hayamos podido asimilar la medida tomada por el Gobierno de España con respecto a los controladores del tráfico aéreo -cuando veas las barbas de tu vecino arder…- el máximo dirigente político de esta comunidad mete su pata hasta el corvejón al decidir televisar un partido de fútbol desde su particular elevación por encima del bien y del mal. Al parecer don Paulino, ex alcalde de El Sauzal, no sabe que a la rana no se le puede hablar del océano porque nunca ha salido del charco.

jueves, 20 de enero de 2011

Ángel de la guarda

A pesar de mis naturales e imperecederas dudas sobre las cuestiones de fe confieso que siempre he admitido la existencia de un ángel de la guarda que sobrevoló sobre nosotros en los irrepetibles y añorados años de la infancia. Y es que sólo admitiendo la existencia de este ángel puede llegar a entenderse que sigamos todavía con vida después de haber expuesto, en nuestras incontables correrías, la integridad de nuestro físico en acciones imprudentes. Cuando en Santa Cruz de Tenerife, ciudad capital de la isla, convivían en plena armonía el campo y la ciudad no pudo pasar desapercibida la existencia de numerosos estanques y de no pocas charcas a los/las que acudíamos regularmente para coger pescaditos o disfrutar con un baño. Ahora mismo, cuando esto escribo, se me eriza la piel al recordar cómo, sin aún saber nadar, desplegábamos un elemental y rudimentario cedazo en los muchos estanques que carecían de protección a pesar de la profundidad de sus aguas. Allí, en lo que eran necesarias reservas para el riego de las huertas, un paso, un solo paso, en falso nos hubiera costado la vida. Pero, ya ven, nuestro ángel de la guarda nos protegió, una y otra vez, bajo la sombra de sus alas.  
A saber qué podíamos haber visto nosotros en unos peces tan poco atractivos para querer pescarlos y obligarlos a vivir en una botella cualquiera. Claro es que ahora no podemos realizar un análisis objetivo de lo sucedido porque del niño de ayer sus pasos se han perdido. Las sensaciones de aquel pasado glorioso murieron -sí, murieron- en nuestra metamorfosis hacia la adolescencia y la mayoría de edad. Y es por eso, porque resulta imposible recuperar el pasado emocional, que les recomendamos a los niños de hoy que vivan, en su total plenitud, la edad considerada de oro.
Que vivan los privilegios de esa edad y que no se les ocurra, como nos ocurrió a nosotros, liar el bañador bajo una toalla para aprovechar las noches de luna llena y acudir, sin pedirle permiso a nuestros mayores, al encuentro con el agua acumulada en la charca del Rosario. Saliendo de las calles del barrio, cruzando bajo el puente Zurita y desandando el camino que cruzaba la finca de Los Picos, nos topábamos con una charca –enfrentada, casi, con la vieja cárcel- en la que hacíamos pie y nos liberaba de nuestro miedo a perecer ahogados. Como si estuviéramos en un balneario de agua dulce observábamos a nuestros compañeros de aventuras envueltos por el rielar de la luna, lunera y cascabelera. Nadando, todo lo más como los perritos, el calor del estío se soportaba mejor en la noche y en nuestra absoluta rebelión a las normas establecidas. A saber, vaya usted a saber, si ahí se afianzó mi confesada rebeldía con causa.
Santa Cruz de Tenerife, ciudad capital de la isla, amanecía al sol de la mañana deslumbrándonos con sus espejos de agua. Sus estanques y sus charcas nos llamaban, retadores, sin saber, porque no podían pensar, que acudiríamos a su encuentro con la seguridad que nos otorgaba el ángel de la guarda. Los peces, que habían convivido con el verde y maloliente musgo, en las botellas translucidas y en las charcas, en las noches de luna llena, la improvisada piscina para aprender a nadar. Y sigo siendo reacio, cada día más, a las cuestiones de fe pero, siempre hay un pero, sigo pensando que existe un ser alado que protegió nuestra infancia. Ángel de la guarda, dulce compañía…

miércoles, 19 de enero de 2011

¿Y con estos mimbres...?

La proximidad de las elecciones autonómicas y locales ha originado que salgan a la luz, fuera de su caparazón, los cuerpos -y suponemos que también las mentes- de los que se van a convertir en protagonistas futuros en la película de los partidos. Hasta ahora no ha habido muchas sorpresas y de ahí el que nos hayamos puesto las manos sobre la cabeza, como señal de nuestro escándalo interno, al comprobar la capacidad que tiene el ansia de poder -más de un egregio pensador asegura que el deseo por alcanzar el poder es superior al que establece el instinto sexual-. Y ese nuestro escándalo interno tiene que ver con la indignación que padecemos al comprobar que muchos de los que vuelven a presentarse -porque mola mucho seguir en el machito- han demostrado su palmaria cadena de errores y, aun así, no se les sube el rubor al pretender reeditar sus macabros relatos.
Canarias es, a la vista de propios y extraños, una inacabable cadena de errores políticos con la que se ha sujetado las aspiraciones y las esperanzas de un pueblo. Ni los partidos mal llamados de izquierda, los del falso centro y la derecha, han conseguido que los canarios nos sintamos orgullosos de nuestro devenir. Desde que se inició el período democrático Canarias ha vivido siendo presa de un continuo sobresalto sólo atenuado desde la ayuda europea. No debemos caer en el error que supondría pensar que en estas Islas, la tierra alejada y más española de todas, el subdesarrollo cultural, social y económico, es un rasgo atávico que, como tal, se pierde en el oscuro túnel del tiempo. No deberíamos pensar eso porque aquí, en este Archipiélago, han nacido, crecido y florecido, incontables empresarios que han sabido comerse todo el pastel al que cien moscas acudieron. Al soco de las ayudas europeas y estatales -ayuda al tomate, al plátano, al sector ganadero, a la industria, al comercio, etcétera- los empresarios han amasado importantes fortunas en una sociedad que, en los tiempos mejores, sólo pagaba sueldos de hambre. El contraste entre los que más y mejor han aprovechado la tarta es tal que obliga a nuestra mirada crítica a realizar una interminable adaptación al claroscuro.
Toda fortuna es culpable; eso pienso. Y, ante esa culpabilidad genuina, los políticos que se ejercitan aquí no han sabido, querido o podido, ponerle el cascabel a un gato que tiene más de siete vidas. Nuestros políticos en ejercicio, los mismos que ahora vuelven a presentarse, realizan sus ejercicios espirituales junto a unos empresarios que se siguen quejando de la crisis sin vivir las penurias que la crisis genera. Por el contrario, el pueblo llano, el que ahora es convocado a las urnas, no convive con los políticos porque éstos, que son listillos, no están dispuestos a compartir la resumida comida que se sirve en la mesa del pobre. Ellos acuden, solícitos, a las bacanales organizadas por unos empresarios que pretenden, desde un derroche de la cara dura, que se legisle de conformidad con sus propios intereses. Son los saraos al aire libre o en el mejor de los interiores en los que, los que ahora son llamados a las urnas de forma masiva, participan sirviendo la comida y el morapio.
Mi tío Marcos, impenitente pescador en nuestra bajura, tenía unas nasas para capturar camarón y unos tambores para morenas realizados con mimbre. Con el mimbre de los barrancos de Anaga que era arrancado, según contaba un veterano pescador de San Andrés, en función del estado de la marea. Con buenos mimbres y con mucho mimo las nasas y los tambores mostraban día a día su eficacia atrapando unos frutos concretos de la mar próxima. Así que daba gusto realizar la laboriosa obra artesanal. Pero nosotros, con estos mimbres políticos, qué podemos hacer. Yo sé lo que voy a hacer… pero no lo cuento. Y de entre ustedes sé, que muchos volverán a elegirlos, porque existen poderosas razones que establecen y mantienen al clientelismo político. Allá cada cual con su conciencia. A todos esos, a los que conforman el voto cautivo, decirles que con esos mimbres sólo conseguirán elaborar una malísima cesta. Incluida la de la compra.

lunes, 17 de enero de 2011

El mito fotovoltaico

El mayor daño ocasionado a la energía fotovoltaica, después de que se hayan desvelado los fundamentos bastardos en los que se apoyaba el engañoso negocio de esta fuente de energía, limpia e inagotable, tendría que ser buscado en una torpeza del Gobierno de España difícil de superar y en una sed, como la del usurero, de dinero fácil por parte de los empresarios a costa de unos ciudadanos que han tenido que rascarse el bolsillo, después de creerse las bondades contadas, al verse obligados a pagar un precio por la energía superior, muy superior, al que le correspondería en el supuesto de que todo el juego hubiese sido limpio. Ya, a estas alturas de la historia, no estaría de más que todos nos aplicáramos en analizar y entender los motivos que nos han conducido a dejarnos embaucar con esa monumental falacia empecinada en convencernos que el futuro energético de este país debe apuntalarse en torno a unas formas de obtener energía que no contaminen al medio natural. Y es que, ya ven ustedes, los que enarbolaban la bandera de la energía fotovoltaica como energía verde no han tenido ningún tipo de reparo a la hora de aplicarse en un fraude generalizado que ha dañado a los fondos del erario.
Quede constancia de que no pretendo con este artículo el imposible que supondría poner en tela de juicio al efecto fotovoltaico en células electroquímicas descubierto por Becquerel en 1839. Tampoco negar que fue en 1954 cuando se obtuvo una célula solar capaz de convertir con eficiencia la energía solar en energía eléctrica gracias al esfuerzo investigador de Chapin, Fuller y Pearson. Y, confieso rendirme, ante la aplicación práctica de la energía fotovoltaica en la nave espacial Vanguard 1 en 1958. Todos estamos obligados a plegarnos ante las evidencias que establecen las verdades científicas pero es esa misma obligación la que nos conduce a realizar un esfuerzo de comprensión que nos permita asimilar lo bueno y lo malo que se engendra a la hora de llevar a la aplicación práctica los experimentos del laboratorio. Verbigracia, la energía que se genera en los paneles fotovoltaicos no es para nada ajena al ingente gasto de energía que se emplea para la obtención de las células solares de silicio. De igual manera conviene saber que la vida del panel solar es corta y que los costes de inversión de una instalación fotovoltaica son enormes. Todo esto incide, como es natural, en el coste de una energía producida que puede multiplicar hasta por ocho el coste de la energía convencional. Con independencia de estos graves inconvenientes de tipo económico tendríamos que contemplar las limitaciones de una generación de energía muy cambiante -la climatología sigue estando vigente- y que pasa a ser cero, es decir, nula, en las horas nocturnas.
Pese a todo lo dicho, al Gobierno de España, presidido por Rodríguez Zapatero, no se le ocurre otra cosa que liarse la manta a la cabeza antes de parir una normativa que permitió, a personas que nada sabían de los negocios eléctricos, invertir -las subvenciones estatales estimularon a los negociantes- en huertos solares como una alternativa muy aceptable frente a las inversiones en ladrillos. Fue así que el territorio nacional se llenó con el negro azulado de los huertos solares que han estado, según se demuestra ahora, fuera de control. Para refrescar nuestras ideas comunico que el comienzo de lo que ahora se ha convertido en un mayúsculo fraude fue en 2007 y todo al calor de las astronómicas primas -450 euros por megavatio-. Todo esto con el sello del Ministerio de Industria que dirigía Joan Clos. Ante este panal de rica miel no faltó quien se movió ligero para comenzar a montar paneles fotovoltaicos y, así, poder generar una energía que fue incorporada al mercado con el sello del verde que te quiero verde ecológico. Y no contentos con el negocio redondo que suponía producir a sabiendas de las subvenciones estatales se dedicaron a instalar mayor potencia que la concedida, a utilizar grupos electrógenos para producir de noche, a repotenciar los campos después de que éstos fueran autorizados por la autoridad competente… Hicieron prácticamente de todo porque el único objetivo era producir más para recibir más por las primas.
Al día de hoy, a la espera de la liquidación definitiva, los datos hasta noviembre de 2010 arrojan un gasto de 5.200 millones de euros en ayudas a renovables. Téngase en cuenta, para tener una idea más clara de las cifras, que el presupuesto de la Comunidad Autónoma Canaria asciende a 6.894,6 millones de euros. De los 5.200 millones, 2.136 millones, es decir, el 41% va a parar al sector fotovoltaico que, para más inri, sólo aporta el 2% de la energía consumida en España. También al día de hoy, las iras desatadas de los que invirtieron en este sector tienen mucho que ver con la tardía reacción gubernamental, de la mano de Miguel Sebastián, que ha decidido pasar de los 450 euros por megavatio de subvención a los 13,85 euros para la misma cantidad de energía. Así las cosas, de la mano del BOE, un negocio que se prometía boyante ha pasado a ser un negocio con la amenaza de quiebra técnica. En resumen, un disparatado error de la Administración estatal que ha puesto sobre el tapete, casi al pie de los caballos, a una forma de energía de la que se puede esperar, en un futuro no lejano, prometedores resultados técnicos y económicos. 

miércoles, 12 de enero de 2011

Sólo queda rezar

No me creo con la suficiente calidad espiritual para intentar tratar de convencer a los practicantes cristianos, a los que creen que la mano de Dios está presente en todos nuestros actos, para que abandonen su creencia porque yo pienso que no se resuelve nada de lo que el hombre o la naturaleza ha deshecho alzando la vista hacia el cielo tratando de encontrar a ese ser invisible o arrodillándose para rezar pensando que todo volverá a su lugar cuando el Señor lo considere oportuno. Y confieso esto a propósito de Haití y del pensamiento generalizado que se ha instalado en la isla caribeña sobre el porqué de sus desgracias y la forma y maneras a emplear para resolver el caos en que viven. Cualquier persona medianamente ilustrada sabe que las causas del terremoto pueden ser demostradas científicamente, es decir, que desde el saber de los hombres puede ser argumentada una cuestión que es terrenal y que nada tiene que ver con Dios y lo que Dios representa para los que han convertido la religión católica en un asunto que entronca con el fundamentalismo.
Como a perro flaco todo se le hacen pulgas al terremoto le sucedió el cólera y, entre medio, un auténtico lío con un dinero para ayudar que nadie sabe dónde está. Ciertamente los haitianos tienen motivos más que suficientes para pensar que han sido dejados de la mano de los hombres. Pero ellos, hombres también, no tienen reparo alguno para, aprovechando las sombras de la noche, ultrajar, violar, a sus mujeres -incluidas las niñas- siguiendo la llamada de un instinto poderoso, elemental y prosaico. Y no me parece bien, nada bien, que quienes reclaman una ayuda del exterior se comporten como auténticos animales con su propia gente. Soy de los que piensan que todos los pueblos del mundo están obligados a labrarse su propio futuro con el esfuerzo de todos. Ya es tiempo de pensar, ante una serie de desgracias, que lo único que podemos hacer es rezar y esperar a que llueva el maná. Antes que eso lo más conveniente sería coger un pico y una pala para tratar de ordenar las escombreras.
Allí donde se sigue practicando el vudú, las magias blancas y negras, están obligados a entender que el cólera desatado también encuentra sentido en los modernos estudios médicos. Hay que aplicarse, porque ya va siendo hora, en todo aquello que la higiene puede hacer a favor de un pueblo al que se le han venido las casas encima porque estaban mal construidas; incluso sabiendo que se alcanzó al 7 en la escala de Richter. Las imágenes de un hospital moderno, abandonado a su triste suerte nos obligan a pensar que el pueblo haitiano y sus dirigentes políticos no están a la altura. Espero que no le echen la culpa al resto de los mortales de su secular torpeza. Bueno está que sean líderes a la hora de bailar y cantar -el folclore merece ser respetado-  pero sería mejor, mucho mejor, que junto a las manifestaciones folclóricas esté también presente una educación acorde con lo que se exige en los países modernos.
Con la Iglesia hemos topado, claro. Con una Iglesia que pone su máximo empeño en hacerles creer que hay vida después de la muerte y que la resurrección de la carne nos llevará a todos, creyentes y no creyentes, hacia un paraíso. Eso es lo mismo que pensaban los que se inmolaron en favor de la causa en las torres gemelas. Y ya se ve, para conmemorar los días de la desgracia, todos juntos al templo ya que, según confiesan los propios haitianos, en aquella isla sólo queda rezar. Y así, rezando, cantando y bailando, las penas son menos. Pues, ojalá que les valla bonito.

martes, 11 de enero de 2011

Espejismo

Por favor, no me pida usted que le enseñe la otra cara de La Luna porque carezco de medios para satisfacer sus deseos. Lo que yo si le ruego a usted, porque es que ando algo confundido, es que me ayude a entender la gravedad de esta crisis económica ya que esta mañana, esta misma mañana, el presidente del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero, ha manifestado ante el micrófono de una radio local que no se puede hablar de una crisis generalizada a la vista de cómo se ha visto a la gente comprar, comprar compulsivamente, por estas fechas pasadas. Y si le hemos prestado atención a las palabras del Presidente es porque uno ha escuchado a más de uno pronunciar en alta voz: ¿Crisis, de qué crisis me hablas si todo el mundo está comprando comida, ropa, juguetes…?
Pues mire usted, válido interlocutor, no suele ser corriente ver ratas recorriendo las calles, a la vista de todos, y, sin embargo, todos sabemos que en el seno de las alcantarillas se las puede encontrar a miles. Y claro es que no quiero comparar a los seres humanos con las ratas. Lo único que pretendo, con esta comparación descarnada, es dar a conocer que si bien hemos podido ver a cientos, miles, de personas comprando no hemos podido advertir, porque la dignidad les impide mostrarse a la luz pública, a las incontables familias que no han contado con un duro para comprar, ni tan siquiera la comida. Y ni el presidente, ni los que piensan como él, está legitimados para abordar la cruenta realidad de esta folclórica manera porque a su alcance están las listas del paro. Y los que no trabajan no tienen ingresos y, sin ingresos, los ánimos no están para salir y ver a los más afortunados despacharse a sus anchas en los grandes y pequeños almacenes. 
Y le digo a usted, desde el imperio de la lógica, que los que vieron a tanta gente comprando estaban también comprando. Donde no estaban, porque les colocaría en una situación incómoda, es en los comedores sociales o en los hogares donde no hay ni un yogur en la nevera. Y pocas cosas tan didácticas, tan convincentes y crueles, como haber invitado a comer por esas fechas a una de esas familias que está pasando hambre. Yo hice, por mor de la circunstancias de la vida, tal cosa y les confieso, con la mano en mi corazón, que se me cerró el estómago y me tuve que levantar de la mesa. Los fantasmas del pasado vinieron a visitarme y se me revolvieron las tripas. Es decir, que si ese argumento falaz sobre la crisis -que sí está entre nosotros como una plaga bíblica- sirve para que algunos tranquilicen sus conciencias mal hecho. Por mucho que lo intentemos la conciencia tranquila no podrá aniquilar el fallo justiciero del tribunal de la razón.
La tasa del paro en Canarias está situada en el 26,12% lo que supone una cifra de parados de 280.600. Para hacernos una idea más clara digamos que con los parados actuales podríamos llenar 12 veces, hasta la bandera, el estadio Rodríguez López. ¡Hay quién de más! Si a este colectivo de parados les hubiese dado por salir a la calle y ocupar los espacios de los grandes almacenes hubieran provocado un colapso circulatorio. Pero claro, por el hecho de no salir, de no hacerse notar, no existen. Y existirán menos el día próximo en el que se les deje sin ningún tipo de ingresos por obra y gracia del gobierno de Rodríguez Zapatero. Para la gente sensata en el horizonte vital se ve el éxodo de los sin pan canarios. Para el corto de vista la realidad queda desvirtuada por una conocida ilusión óptica: el espejismo.

domingo, 9 de enero de 2011

Elecciones municipales

Ya comienzan a aflorar, desde el árido terreno de los intereses políticos, las estrategias pensadas para hacernos votar según la conveniencia de quienes han visto en la política la mejor manera para ganarse holgadamente el pan de cada día y, a su vez, ser el centro de atención -hay que satisfacer al ego- de la ciudadanía a través de una participación mediática que llega a dar asco. Los que están sentados en las poltrona hacen todo lo posible para no perder el lugar -los que fueron a Sevilla perdieron su silla- y los que están fuera, los que siguen chupando rueda en la oposición, ponen todo su empeño y sus artes -buenas y malas- a fin de conseguir descabalgar a unos jinetes que se creen ser como el Cid. La pelea es dura porque todos ellos han alcanzado a saber que hoy día, sin necesidad de ser un genio estadístico ni un mediano pensador, no hay ocupación en el mundo que de tanto a cambio de tan poco. Tal como nos enseña la realidad que vivimos, político, incluso líder en la política, puede ser cualquiera que sea un experto en el arte de medrar y mostrar, sin ninguna clase de rubor, más de dos caras como Jano. Y en mentir, en ser capaz de decir digo donde antes dijera Diego.
Ya tenemos encima, cual pesada e irremediable losa, a las elecciones municipales. Se trata de unas elecciones muy para andar por casa y en las que los grupos de gobierno de los ayuntamientos descienden hasta las mismas calles para practicar el proselitismo entre sus vecinos. Aquí las ideologías y los planteamientos de hondo calado se dejan a la vera del camino porque lo que el vecino reclama es si se le va a arreglar o no el camino, si se va a dejar la oscuridad en favor de la luz gracias a que se ha aprobado el proyecto de alumbrado, si se va a contar con energía eléctrica y agua para adecentar el cuarto de aperos… Aquí el voto se inclina a favor de aquel que se preocupe y hable de lo mío. Aquí el voto vale lo que un plato de lentejas y es por eso que toma sentido lo escrito por Manuel Verdugo en sus Burbujas:
Por un plato de lentejas
                                                               vendió Esaú su derecho.
                                                               Por un bisté con patatas
                                                               Dios sabe que hubiera hecho.
Los alcaldes y concejales, que saben cómo mover la soga para que salten todos a una, se aplican en fórmulas empíricas que saben les dan resultados. Aquí en Tenerife, donde la sombra de ATI sigue siendo alargada, se siembra la semilla de la convicción en las asociaciones vecinales y se ponen en marcha las giras que incluyen mesa y mantel y, por el camino, algún bocadillo de chorizo. Y es que pocas cosas tan eficaces como regalarle a la gente ociosa -pensionistas, parados de corta y larga duración, etcétera- una o varias comidas gratis, guagua por la cara y visita cultural (¿) sin pagar entrada. Ya se sabe, de estómagos agradecidos está este mundo lleno. No sé si saben, los que construyen su edificio sobre esta calidad en los votos, que a lo más que pueden aspirar es a seguir siendo pueblerinos en medio de un mundo materialmente evolucionado. ¿Cómo puede un alcalde, después de haberse plegado ante un tinglado de mañas espurias, hablarles a sus vecinos de solidaridad, justicia social, educación y sanidad universales?
Y con estos mimbres. ¿Qué cesta puede hacerse con una clase de mimbres que se quiebran al menor intento por curvarlos? Por Dios bendito, que un pueblo no es Umbral cuando se acercó a la televisión para hablar de su libro. De su puñetero libro. Los pueblos son los ladrillos sobre los que se construyen las comunidades y las naciones. Y si seguimos así, si seguimos cambiando un voto por un bocadillo de chorizo, nunca alcanzaremos la madurez democrática que nos permitiría salir del estatus actual de república bananera.

sábado, 8 de enero de 2011

Playa de San Antonio

Un día, recientemente pasado, escuché, a través de una emisora de radio local, que uno de los valores añadidos a la perturbadora idea del concejal santacrucero, Ignacio González, consistente en hacer una playa artificial en la zona de Santa Cruz ocupada por el muelle de Ribera, pivotaba en el visto bueno otorgado por José Rodríguez Ramírez, director y editor de El Día. Al parecer, siempre según palabras pronunciadas por el concejal ante el micrófono, al observar los planos -ya me dirán ustedes qué hacen los planos de lo que podría ser un proyecto municipal en tan egregio lugar-, José Rodríguez Ramírez, presumiblemente envuelto por la emoción, dijo: “ Ignacio, yo me bañé en la playa de San Antonio”. Enternecedor.  Bien, por si le sirve de algo a Ignacio González, confesaré que un servidor de ustedes también se baño en la citada playa. Faltaría más.
Yo me bañé en la playa de San Antonio y solía rondar a los valientes chiquillos chicharreros que se zambullían a recoger las monedas que los extranjeros les tiraban al agua después de escucharles decir: “Moni, moni,…”. Una auténtica fiesta. La playa de San Antonio no fue nunca playa preferida pues, en ella, en la orilla y en el rincón último del muelle, se acumulaban los restos de petróleo crudo, corcho, madera, etcétera. Además, el agua, debido a la disolución en la misma de productos derivados del petróleo, mostraba una característica iridiscencia que nos obligaba a torcer el gesto. Los santacruceros buscaron la solución en las playas situadas al abrigo del macizo de Anaga y fue así que pasaron de la playa que se formaba en la desembocadura del barranco de Tahodio, a la playa de los Alemanes, los Bidones, Valleseco, El balneario, María Jiménez y, echándole valor y asumiendo el riesgo, Los Trabucos. Recuerdo que, desde mi más tierna infancia, la gente del chicharro arrumbaba hacia Las Teresitas buscando la arena negra de la misma. En el estío, la guagua hacia San Andrés rebosaba de gente que tenía que soportar, desde la cristiana resignación, las esperas que eran anteriores a las voladuras de La Jurada. ¡Barreno y fuego y va una, barreno y fuego y van dos, barreno y fuego y van tres! Después del último aviso la carretera temblaba, como señal inequívoca de que la dinamita había explosionado, y daba paso a la guagua colorada. Si mirábamos hacia el sur podíamos situar al charco de la Casona, y las playas que eran frecuentadas por los ciudadanos que vivían en el barrio de El Cabo y Los Llanos.
Nunca, que yo recuerde, a los santacruceros se les escuchó reclamar una playa en la zona del muelle de Ribera y, aún menos, en la zona ribereña limitada por la avenida marítima. Al único que vi nadar por aquellas aguas semiprofundas fue a Roberto Koury, el que tantos churros ha elaborado para los amantes de un desayuno castizo. Lo que ha parido la mente del concejal no se ajusta a una reivindicación añeja del pueblo tinerfeño. Lo que ha pensado Ignacio González da pie para recordar a Einstein cuando afirmó que la estupidez humana, al igual que el Universo, es infinita. La parida de este político de alcurnia es, sobre todas las cosas, una falta de respeto a un Puerto, el de Santa Cruz de Tenerife, que era y sigue siendo lo primero para la ciudad capital de la Isla. Aunque verdad es, el ayuntamiento de Santa Cruz, con el alcalde Zerolo llevando el estandarte, le ha dado la espalda a un enclave histórico que se ha ganado, a pulso, el reconocimiento de todos los tinerfeños de pro. Ay, qué pena, penita, pena. En fin, no los dejes Señor, no los dejes porque es que no saben lo que hacen. Ni lo que dicen.

viernes, 7 de enero de 2011

Economistas en la higuera

Si los ingenieros de Caminos, Canales y Puertos hubiesen tenido tan poco acierto como el de los economistas a la hora prever la crisis económica así como las formas y maneras de salir de la misma, ahora mismo estaríamos asistiendo al desmoronamiento de todas las infraestructuras de este planeta. Si la torpeza mostrada por los economistas, incluidos catedráticos de universidad, se hubiera repetido en las otras disciplinas que cubren el abanico laboral de los estados modernos, nadie pondría en duda que nos acercábamos al fin del mundo. Afortunadamente no ha ocurrido así y serán los economistas, y sólo ellos, los que provoquen la hilaridad de todos aquellos que a lo más que hemos llegado en asuntos económicos es a procurar llegar a fin de mes sin números rojos. Y si hemos alanzado tamaño logro es porque un día aprendimos que los números naturales no resolvían la resta cuando el sustraendo era mayor que el minuendo. Y fue así que, de cabeza, fuimos a encontrarnos con los números negativos. 
Los economistas nos han fallado de mala manera y, lo que más da coraje, es que todavía se atrevan a asomarse a la ventana de los televisores y a los micrófonos de las radios para seguir dándonos consejos. Yo, de ser uno de ellos, me encerraría en mi casa -atosigado por mi propio ridículo- y no asomaría el hocico hasta que la ventolera se llevara a la hojarasca. Claro es que yo soy yo y mi circunstancia nada ha tenido que ver con las adivinaciones del futuro. Pero aquí y ahora, al margen los economistas, hasta Paulino Rivero se atreve a ejercer de Nostradamus. Lo que hay que ver.
A través de la información de los diferentes medios de comunicación hemos sabido que 3.000 familias canarias han perdido sus viviendas -la voracidad de los bancos es ilimitada- en el pasado año porque no han podido cumplir los pagos que quedaron estipulados en sus hipotecas. Ante esta situación, dramática donde las haya, a alguno de estos economistas de pacotilla se le ocurrirá decir que la causa de este problema debe ser buscada en una falta de previsión por parte del inversor, es decir, que el comprador no tuvo en cuenta que apostaba en una operación con riesgo y ahora paga el error. Sin embargo, la otra parte, es decir, el banco o la caja también apostó con riesgo -en la misma operación- y no han perdido nada. Bien, pues dónde estuvieron los economistas que no supieron o quisieron alertar a los ciudadanos que las pólizas contraídas eran inhumanas, que atentaban contra la ética y la moral. Y no creo que se atrevan a decir que todo se debió al desconocimiento de la letra pequeña porque esa letra establece unas condiciones formales que no las entiende ni el mismísimo Garrigues Walker. En resumen, que en este lío en el que nos hemos metido nadie es ajeno a las culpas pero el que paga, ¡y de qué manera!, es el que cedió a la tentación de tener una casa propia y digna.
Bájense de la higuera y díganles al sufrido pueblo, caso de tener las cosas claras, como se puede burlar la acción de los bancos. Averigüen de qué manera se puede impedir que los bancos y las cajas sigan machacándonos a su antojo porque tienen la sartén por el mango. Gánense, a pulso, las atribuciones que les otorga su titulación superior, y encuentren la salida para los problemas de este mundo ancho y ajeno, sobre todo ajeno. Y es que se trata, en definitiva, de recuperar el crédito que han perdido.

jueves, 6 de enero de 2011

Canarias: embrutecimiento de su sociedad

Presumiblemente la acción de educar lleva consigo enseñar para ser y saber estar en la vida. Pues bien, en la medida que durante la existencia del período democrático casi todos los canarios han disfrutado de la oportunidad de asistir a la escuela pública no alcanzamos a entender, con claridad meridiana, cómo ha sido aprovechada la educación recibida por los diferentes alumnos que han asistido a las aulas en la medida que, y los resultados están ahí a la vista de todos, de alguna manera en la comunidad canaria parecen coexistir especies y subespecies de la raza que se desenvuelven en la vida de manera diferente. Evidentemente en cada uno de nosotros anida un ser diferente -somos únicos por tanto- pero esto no es óbice para que, a través de la educación recibida, nos comportemos de parigual manera ante circunstancias parecidas. Verbigracia, a estas alturas del tiempo sería muy raro encontrar a un individuo que sorba la comida de un plato en vez de utilizar la cuchara. Y este comportamiento individual, que nos iguala en el plano colectivo, no supone atentar contra la libertad sino que lo único que hacemos es adaptarnos a unas normas que han sido dictadas por un sistema que está obligado a buscar lugares de encuentro entre todos nosotros.
Los que nacimos y vivimos en Santa Cruz de Tenerife pudimos observar, antes de ser expulsados al extrarradio, a las barriadas, como la gente humilde, incluida la que vivía en la ciudadela, se preocupaba mucho en guardar las formas y mantener el claro deseo de ir mejorando. Cuando llegaban los domingos y los días de fiestas de guardar todos se esforzaban el lucir sus mejores galas para asistir a la misa o a las diferentes sesiones de cine. Y fue así como, aseados y bien vestidos, le dábamos un buen capotazo al negro astifino de las carencias. Otro aspecto, presumiblemente más importante, tendría que situarse en la suma preocupación por las relaciones de convivencia. Respetábamos para ser respetados, saludábamos para ser saludados, queríamos para ser queridos… Nos movíamos en el seno de un ambiente amable cuando la ciudad capital, precisamente, se había ganado el calificativo de hospitalaria. Y claro que nunca compartimos la manera de actuar de un padre que, cuando puso a sus hijos en manos de don Antonio Carrasco -para que les educara-, le dijo sin ambages: “Leña no me les ahorre”. Como tampoco es de recibo lo que ocurre ahora, que padres y alumnos amenazan y pegan a los profesores como si tal cosa.
La chusma y su manera de hacer las cosas. Eso es lo que me ha hecho torcer el gesto en estas fiestas pasadas cuando deambulaba por Santa Cruz. La ciudad, como si hubiera sido tomada por los bárbaros de Atila, no paró de ser testigo de lamentables espectáculos. Hombres y mujeres agrediendo al taxista indefenso, policías burlados por las hordas, guaguas en las que nos vimos obligados a aguantar de todo, gritos desaforados… Eran seres humanos -que no personas- venidas de Dios sabe dónde, que todo lo que lucían sabía a horterada. Desaliñados/das, sucios/as, gritones/nas… No dudo al decir que estos comportamientos no son producto de la crisis económica que nos asola. Esto es debido a una crisis de valores en las familias y a una incorrecta aplicación de la educación.  Lo más triste de todo este asunto es que, a pesar de haber contado con las mismas o parecidas oportunidades educativas, unos las aprovecharon y otros no. Y más triste aún, que los que se dedicaron a perder un tiempo que nunca volverá, son los más agresivos a la hora de exigir las prestaciones que sólo han sido posibles por el esfuerzo de los otros. Llegado ese momento, cuando vengan a reclamar lo que no se han ganado, sería bueno decirles: “El que quiera lapas…”.

martes, 4 de enero de 2011

Cena de Nochevieja

A esta jovencita que me ha contado sus penurias la tuve yo como alumna en un programa de Garantía Social. Recuerdo que superó el Programa y que podía considerarse apta para realizar algún tipo de trabajo -no muy complicado- relacionado con la electricidad pero, una vez más, la propaganda emitida desde la consejería de Educación -a los alumnos de FP no les faltará trabajo- resulto engañosa y la joven, casi una niña entonces, no pudo encontrar un lugar donde ganarse el pan de cada día. Hace unos días, en fechas anteriores a la noche de fin de año, me la encontré vendiendo cupones en uno de nuestros grandes centros hospitalarios. Me contó que las cosas estaban muy mal y que aquella mañana apenas había podido vender cuatro números. Le pregunté por su familia y por cómo se presentaba en su casa la cena de la última noche del año. Sonrío, en el fondo sigue siendo inocente, y me confesó que su madre le había anunciado que se tomarían un vaso de leche antes de irse a la cama. “No hay para más, profesor, no hay para más”. Concluyó.
El drama de aquella ex alumna me obligó a recordar los tiempos aquellos en los que, siendo niños, nos vimos obligados a ingerir la comida de Auxilio Social. Eran malos tiempos también pero, a diferencia de los de ahora, en todos nosotros anidaba la esperanza de un mundo mejor y con mejor reparto de las riquezas. Las privaciones de la posguerra nos habían envuelto con un halo de tristeza y, llegada estas fechas, en muchos hogares la alegría que otros mostraban no pasaba de ser una mueca, una triste mueca, obligada ante la circunstancia adversa. Y esto es lo que ha ocurrido en casa de Toñi por culpa de una historia que vuelve a repetirse. Y se repite la historia porque los seres humanos, que suelen tropezar en la misma piedra, no han podido, sabido o querido, ponerle coto a las situaciones vividas cuando éstas se desarrollan en los bordes del límite. ¿Y dónde está el progreso, el desarrollo pues? Pues, coligo, no ha habido progreso ni desarrollo; lo único que ha habido es un crecimiento poblacional que tiene como único mérito perpetuar a la especie. Ya ven, todo ha quedado reducido a la actuación del instinto animal, como si fuéramos gorilas.
Una nación en la que se permite que una adolescente se vaya a la cama, en la noche de fin de año, con un vaso de leche en su estómago, merece ser analizada por los que seguimos pensando que resulta urgente plantearse que no existe justicia social allí dónde el progreso social sigue siendo una utopía. Desde la gobernación del Estado, ahora que quienes mandan representan al PSOE, no debería permitirse un recorte tan drástico en las ayudas sociales. Resulta rechazable, en sí mismo, el fondo de unas cuestiones que ponen a los más desfavorecidos a los pies de las bestias. Y si rechazable es el fondo condenable son las formas en las que se apoyan los que cortan el bacalao para ejercitarse en una praxis en la que los fines parecen justificar a los medios. Resulta inmoral escuchar como un ministro dice que se tomarán las medidas más duras “pase lo que pase” y “pese a quien pese”. Seguramente este ministro podrá darles a sus hijos algo más que un vaso de leche en la noche de fin de año. Así cualquiera.

lunes, 3 de enero de 2011

Fruta del tiempo

Si el azar venturoso tuviera a bien regalarme, en un día cualquiera del tiempo presente, el sonido del pito de un afilador seguramente me vería asaltado por un rosario de recuerdos en los que tendría cabida, indudablemente, la figura de don José, la recia estampa del afilador orensano que ocultaba sus ojos tras los gruesos cristales de sus primitivas gafas. Y si ese mismo azar, igual de venturoso, permitiera que llegaran a mis oídos las voces de reclamo -¡a las moras, a las ricas y frescas moras!- de la vendedora ambulante que, sentada bajo la benéfica sombra de la verde arboleda, nos ofrecía a la carnosa fruta depositada en las hojas del moral, caeríamos en la cuenta de que ya había llegado el verano y sus soles de justicia. El verano y la fruta en una estación del año en la que en los campos contiguos el soplar de los vientos agitaba las espigas del trigal. Doradas, maduras, las melenas rubias de las que se desprendían los granos de trigo en la era. Regalo para la atenta mirada de todo lugareño que se beneficiaba con un fruto añorado y buscado a través del esfuerzo.
En el verano, como si la chiquillería percibiera que ya la fruta de leche estaba madura, los cercanos valles -Tabares y Jiménez- se ofrecían a las tentaciones infantiles de todos los que quisimos probar la fruta prohibida. Los higos y las brevas, dulces como la miel, eran el mejor reclamo veraniego y, a su vez, el comienzo de una aventura que nos llevaba a asumir el riesgo que suponía adueñarse de una fruta asilvestrada que tenía sus dueños, legítimos dueños. La tentación vivió allí, en los apacibles valles, y allí fuimos, temerosos, a arrancarle a las higueras sus preciados frutos. Alertados por el mensaje que brotaba de la sabiduría popular nunca nos sentamos bajo la sombra de las higueras para evitar el mal -una pulmonía quizás- como resultado del contraste entre el frescor de la sombra y el calor del sudor de nuestro cuerpo.
Cuando ya en las ventas del barrio se cataba a las sandías los albaricoques, ligeramente ácidos, nos ofrecían su carne y sus pipas. Las pipas del albaricoque, los apreciados cuescos, que nos servían para jugar ganando o perdiendo. Las pipas de los albaricoques, los cuescos, que fueron celosamente guardadas en las bolsitas fruncidas. Duraznos y melocotones venidos de El Hierro. Y las peras sanjuaneras y manzanas reineta que, aprovechando la noche oscura y posterior a los fuegos de campamento en La Atalaya, eran a arrancadas de sus árboles por unos adolescentes que no querían ser despertados por los ruidos de los estómagos vacíos. Sabores y olores únicos los de una fruta del tiempo que nunca tuvo que pasar por la nevera.
Tiempos felices en los que, trepando por el tronco de los papayeros, nos apoderamos de las papayas aunque éstas estuvieran verdes. Aquellas papayas, porque eran de la tierra cercana, podían madurar y ponerse en sazón envueltas en papel de periódicos. Y los tamarindos, que no eran del monte como cantan Los Huaracheros, que eran buscados, encontrados y comidos allí donde se encuentra el tamarindo del Prosparque. Pulpa, de tamarindo, que nos erizaba la piel con su impar acidez.    
Las pitangas del jardín, que no hace mucho reencontré en la finca de Los Picos, fueron las protagonistas del lance aquel, desafortunado, en el que doña Rosario casi abraza a un niño al bañarlo, desde lo alto de la azotea, con agua caliente. Nísperos y membrillos, ácidos también, que hacían que la boca se nos hiciese agua.
La fruta del tiempo. Nuestra fruta que, aunque escasa, no puede compararse con la fruta que, venida de fuera sin respetar estaciones, es vendida todo el año. Tanto es así que, si se me vendaran los ojos como para jugar a la gallinita ciega, y pusieran cerca de mi nariz un higo de leche sería capaz de asegurar, siguiendo un proceso de asociación, que había llegado el verano. El verano, el calor del estío, las vacaciones escolares y una voz que va cantando: “A las moras, a las moras, a las ricas y frescas moras”.

domingo, 2 de enero de 2011

La Laguna: sed

Los tinerfeños siempre pensaron que el consumo de agua en su isla estaba garantizado porque en las entrañas de la tierra existían depósitos del preciado líquido que eran inagotables. Solían decir, desde un argumento científicamente falso, que la lluvia -bendita- caída desde el cielo cedía una parte a las escorrentías y que el resto, gota a gota, pasaba a restituir nuestro acuífero. Tratando de poner las cosas en su justo lugar recuerdo haber escrito para un periódico local -en la década de los 80- un artículo titulado Sumar y restar en el que, apoyándome lisa y llanamente en el sentido común, trataba de demostrar que las reservas de agua se mantendrían siempre que las extracciones no superasen a lo incorporado por vías naturales al acuífero. De aquel tema recuerdo el elogio de Ernesto Salcedo Vilches al considerarlo muy sesudo. Bien, pues, dicho lo dicho, si apuramos el análisis terminaríamos concluyendo que el desconocimiento de la gente, al creerse lo de que tendríamos agua para siempre, es un problema absolutamente educativo. En la escuela canaria, aparte del silbo, deben enseñarse estas cosas. Debe enseñarse cómo son nuestras islas por dentro y por fuera.
Sigamos. Tal como hemos podido leer en el periódico más vendido de Tenerife el alcalde de La Laguna, Fernando Clavijo, siguiendo la praxis impuesta por la escuela de ATI, ha presentado en sociedad un proyecto interesante que pretende aportar agua potable a La Laguna mediante la desalinización del agua de un acuífero actualmente contaminado por el exceso de sales; la erosión hídrica ha dado lugar a que las aguas subterráneas tengan un exceso de sustancias no deseables y es menester corregir el mal. El proyecto es novedoso por la tecnología de vanguardia a utilizar -electrodiálisis reversible- y por el aprovechamiento de una tubería en su doble sentido, es decir, en unos momentos la tubería servirá para conducir la salmuera de la desalinización hacia el emisario submarino y, en otros momentos, para permitir la elevación de agua potable de una futura desaladora. Como es sabido en el proceso de desalinización se obtiene el agua deseada y un producto, la salmuera -agua con una alta concentración de sales- cuyo vertido debe hacerse, a través de un emisario, lejos de la costa por lo que tiene de dañino para la flora y la fauna de las orillas. Queda claro, una vez sabido que La Laguna busca agua potable en el mar, que corren malos tiempos para el acuífero lagunero. Y convendría saber, porque ya va siendo hora, que el agua potable que se obtenga a partir de la desalinización y desalación resultará más cara, mucho más cara, que el agua de la lluvia. Y todo será debido a los kWh consumidos en el propio proceso de desalinización y en el bombeo posterior del agua potable. Valle Guerra no está, precisamente, a tiro de fusil de La Laguna. Fernando Clavijo, que, según nos cuentan, tiene una tendencia natural hacia la programación de fiestas vernáculas, tendría que informar a sus ciudadanos de que el precio de la energía va subiendo y que el agua futura va a costar más cara. Y que les diga también, ya que es oportuno, que se ha quedado atrás, muy atrás, el tiempo aquel en los que el agua, surgida en los altos veneros, cristalina y cantarina, seguía su camino hasta llegar a la mar sin que nada ni nadie interrumpiera su fluir. Aguas claras, de las fuentes, que aplacaron nuestra sed de impenitentes caminantes por los vericuetos de una isla antaño mimada y hogaño ultrajada.