viernes, 31 de diciembre de 2010

Mi casa

Soy de la casa en la que se escuchó mi primer llanto de nacido, de la calle que fue testigo de mis titubeantes pasos, del barrio que me marcó con sus primeros límites, de la ciudad en cuya orilla plantó la cruz de la conquista el Adelantado, de la isla y sus diferentes pueblos, de las islas que se quedaron ancladas en las soledades azules del Atlántico, de la nación, España, que me regaló el primer y único idioma. Soy pues, eso, un ciudadano cualquiera que padece por extrañeza cada vez que sale fuera, lejos, muy lejos, porque añora al paisaje y al clima de un lugar en el mundo llamado Tenerife. Encuentro en el paisaje a mi prístina seña de identidad y acudo a su encuentro con el ánimo bien dispuesto porque, tal como diría Marañón, el paisaje es tanto lo que uno lleva como lo que uno encuentra. Y, partiendo de ser un insularista confeso, pienso que esto me lleva a entender la defensa de todo ser humano hacia la tierra que le vio nacer, vivir y, presumiblemente, morir. Más aún, desde mi ser y estar insularista rechazo, vehementemente, las posturas nacionalistas que tratan de encontrar un mundo mejor gobernándose solos. Allá ellos con sus delirios de grandeza. Sólo decirles que yo aspiro a ser del mundo desde aquí sin renunciar a nada ni a nadie.
De mi casa, terrera, su descomunal tamaño y la tranquilidad otorgada por una puerta de la calle de la que pendía un trozo de cordel para accionar el picaporte. De la casa terrera un patio con una de las esquinas ocupadas por una destiladera que servía para aplacar la sed de toda la familia. Y el agua del bernegal, cubierto por el verde culantrillo, descolgándose gota a gota sobre un caso de picos. Fresca la piedra de destilar, frescas las gotas, fresca, muy fresca, el agua. Como corona de la casa un mirador desde el que un día, según aseguraban los mayores, se podían divisar las carrozas fúnebres que, buscando el cementerio, circulaban por la avenida de Las Asuncionistas.
En los inviernos, y en aquella casa, el aroma a la tierra mojada en el jardín que me separaba de la calle. Me hubiera gustado que, al igual que los jardines vecinos, allí hubieran echado raíces el pitanguero y papayero que, partiendo de una idea feliz, se multiplicaron por toda la ciudad. Los habitantes de aquel jardín, inofensivos todos, nos pusieron en contacto con una biología elemental. Amplia la azotea para permitir, entre otras cosas, despanzurrar los colchones para esponjar el crin que ya había formado incómodas pelotas bajo nuestra osamenta. En rincón de la azotea la piedra de lavar que, con sus liliputienses escalones, se llenaba con el color azul del añil y la espuma del jabón Lagarto. Frotar y frotar para que las prendas de vestir, despojadas de la suciedad, pudieran ser colgadas al sol del día a día. Una azotea que incorporaba un chorro de luz a los dos patios que, tal como dijera Juan Antonio Padrón Albornoz, eran dos corazones de sol.
A la diestra y siniestra de nuestras gruesas paredes los exquisitos vecinos que tan bien se portaron. La familia Samper, Mingano -que era un malabarista jugando al fútbol-, la familia de Lucrecia Plasencia -una cantante de excepción y prematuramente desaparecida-, Alfonso, El Coneja… Casa terrera, en la calle de Manuel Verdugo, de la que nos siguen atrayendo los buenos y los malos momentos. Tanto es así que, cuando nos encontramos perdidos, imitando a “ET” levantamos nuestro dedo hasta escuchar una voz gutural que pronuncia: “Mi casa”. Saludable y prospero año nuevo.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Canarias: mix energético

Para los que todavía no han querido o podido entender que el suministro energético en Canarias exige una atención mayor que en la España continental porque allá, en la denominada piel de toro, se cuenta con unas infraestructuras mucho más completas -y complejas- y, además, porque en los casos de extrema necesidad pueden recurrir al posible suministro a través de Francia. Para los que todavía están en la inopia, afirmo, convendría darles a conocer que la política energética en las Islas fue y es un auténtico desastre. Y tamaño dislate encuentra su fundamento en unos políticos -los de ayer y los de hoy- torpes e incapaces de abordar la solución de un problema, con la condición de esencial, con las debidas garantías y la máxima celeridad. Y la opinión pública, ese monstruo de incontables cabezas, empecinada en arrimarle las culpas a las empresas que participan en la generación, transporte, distribución y comercialización de la energía eléctrica. Abundando en mi planteamiento inicial diré que, mientras el Estado le ha dado luz verde -con el beneplácito del alcalde actual de Candelaria que no le ha faltado sino tirar voladores- a la instalación de una nueva subestación transformadora en Las Caletillas, el Gobierno de Canarias, que ya cuenta con las normas legales para actuar, no se decide a la hora de establecer si la central que está a tiro de piedra de la nueva subestación permanecerá o no en su sitio.
Estoy plenamente convencido de la culpabilidad administrativa después de analizar una praxis política que no ha buscado el bienestar para Canarias sino que se ha preocupado, sobre todas las cosas, en satisfacer a parte de un pueblo que, de la mano de una supina ignorancia, que fue capaz de salir a la calle para terminar abortando el proyecto de línea de alta tensión por los altos de Vilaflor. Y ocurrió así que se desestimó el mejor proyecto posible para terminar cediendo ante un proyecto que hoy día nos hace sufrir por vergüenza ajena. Y es que ya se sabe, el pueblo, unido…
Otro disparate reciente encuentra su razón de ser en la numantina oposición a un puerto en Granadilla que impide, a su vez, la instalación de una planta para poder utilizar el gas natural y licuado que nos podría venir de fuera. La consecuencia directa de no contar con gas es que nuestro mix energético, a diferencia del peninsular, sólo cuenta con la generación eólica, fotovoltaica y térmica con quema de gasóleo eléctrico y fuel. Allende el mar cuentan, además, con la energía nuclear, la hidroeléctrica, la térmica con quema de gas y la térmica con quema de carbón.  Desestimando, por pura lógica, a la energía nuclear, la hidroeléctrica y al carbón, la pregunta que surge es ésta: “¿Por qué no hemos incorporado a nuestro mix energético la quema de gas?” Pues no lo podemos incorporar porque no hay puerto ni planta de regasificación ya que al ultra ecologismo establecido le ha dado por defender -cuestión legítima dicho sea a propósito- al sebadal y a los escarabajos antes que a la supervivencia de la especie humana.
Y ahora que la gente está que trina por la subida del precio de la energía es oportuno explicar que nuestro mix, al estar compuesto por la energía térmica convencional y las dos renovables sale más caro que el mix peninsular. Así es que, si se deciden a hilar muy fino, podrían llegar a decir y aplicar un precio para la energía en Canarias superior al precio de la energía en la península. Por cierto que Baleares ya cuenta con el gas. Pero, a pesar de todo, al pueblo llano se le sigue vendiendo la idea de que nuestro futuro energético depende de los aerogeneradores y las placas. ¡Leche machanga! Deseoso estoy que acaben el proyecto de la isla de El Hierro para poder demostrar que no es verdad todo lo que se ha dicho por parte de los políticos de todos los pelajes.
Lo del precio de la energía no ha hecho sino comenzar porque es verdad, la purita verdad, que la energía se ha estado cobrando a un precio inferior al de su costo. Despierta pueblo, aunque lo más cómodo sea permanecer dormido.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Déficit tarifario

El que un articulista provinciano se haya adelantado en el tiempo -3 ó 4 años más o menos- a la subida que va a experimentar el precio en el recibo de la luz indica, sobre cualesquier otra consideración, que bastaba la aplicación estricta del sentido común para alcanzar a saber que la política energética de la nación española ha sido, desde mucho tiempo atrás, un verdadero desastre. La ciudadanía española, la misma que ahora pone el grito en el cielo al ver cómo se va a tener que rascar el bolsillo por culpa de la subida de la luz, tuvo que haberse interesado -ocasiones y medios ha tenido-, de verdad y con rigor, de que el mensaje ultra ecologista sobre esta cuestión esencial tenía mucho más que ver con los engañosos cantos de sirena que con la realidad impuesta por los vaivenes económicos de los combustibles fósiles. ¿Y ahora qué? Pues ahora, como diría mi abuela, “güí, canta y no llores”.
La política energética de España -y por extensión la de la Comunidad Autónoma Canaria- se ha fundamentado en el aprovechamiento por parte del Estado de una situación insostenible en aras de no adoptar medidas impopulares que podrían dañar los réditos electorales. Y todos los partidos políticos, sin excepción, son responsables de que ahora, en plena crisis económica, se tengan que tomar medidas para evitar caer en bancarrota. El Estado, de cuyas decisiones dependemos, ha vuelto a fallarnos en una cuestión que consideramos esencial para nuestra supervivencia. El déficit tarifario, es decir, la deuda que se ha ido acumulando a lo largo del tiempo por el mero hecho de no establecer un precio acorde con lo que suponía el valor real de la energía, ha dado lugar a que ahora, en tiempo de vacas flacas, no quede otro remedio que subir de golpe lo que tuvo que haberse subido poco a poco. Y que la ciudadanía todavía se pare a mirar a las compañías eléctricas como responsables del desaguisado, cuando el precio queda establecido por la Comisión Nacional de la Energía y es aprobado en Consejo de Ministros, sólo demuestra que no hay mayor ciego que el que no quiere ver.
Ahora mismo, los medios de comunicación de mayor tirada en el ámbito estatal, siguen alimentando la ceremonia de la confusión al no apoyar la información en el debido rigor. No dicen, con toda claridad, que el precio de la energía obedece a un mix -una mezcla- energético que incorpora a la energía generada a partir del gas, el gasóleo eléctrico, el carbón, la energía hidráulica, la eólica, la fotovoltaica, la energía nuclear… La soberana empanada mental nacida al socaire de una defensa desmedida de las energías alternativas -eólica y fotovoltaica- ha soslayado, en beneficio de los intereses bastardos, que las únicas formas de energía en las que puede sostenerse un suministro estable y de calidad son la hidráulica y la que se genera en las centrales térmicas. No obstante, y como podemos comprobar rebuscando en las hemerotecas, las únicas energías que han recibido un tratamiento de favor han sido la energía eólica y la fotovoltaica.
El precio del recibo de la luz se descuelga del precio de un mix energético brutalmente dañado por los precios de la energía eólica y fotovoltaica. El ciudadano de a pie tendrá que sacar, de sus ya estrujados bolsillos, un dinero que servirá de beneficio a unos empresarios privados que se han beneficiado de unas subvenciones estatales que se distraen al dinero del erario. Y, para más inri, nos alineemos en unas manifestaciones promovidas por una conciencia ecologista más despistada que una cabra harta de papeles. Sí, queridos lectores, es hora de aclarar nuestras ideas para saber, al menos, que detrás de los protocolos de Kioto y otras zarandajas hay gato encerrado. No miremos a las reservas nacionales de carbón con tamaño desdén. Pensemos que, algún día, los avances tecnológicos podrán conseguir un sistema que atrape, hasta límites tolerables, la emisión de CO2 que se desprende de la combustión del carbón. Una central alimentada con carbón, contaminación al margen, es siempre una central fiable y segura.
Y quién lo iba a decir. Ahora, después de que la fabricación de presas para conseguir los saltos de agua fuera acosada con ánimo de derribo, se publicita que los últimos y generosos inviernos han dado lugar a un aumento hasta el 59% de la energía hidráulica. Además, y por si fuera poco, los embalses se están mostrando como la mejor fórmula -bombeando agua a los mismos- para almacenar la energía excedente de nuestro sistema eléctrico. Ya ven, como dije antes, el que un articulista de provincias se haya adelantado a lo que va a suceder con el recibo de la luz se debe, única y exclusivamente, a un aprovechamiento acertado del sentido común.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Amigo,compañero....

Amigos de verdad, pocos; y si me apuran mucho ninguno. Y compañeros, hombres y mujeres que hayan compartido y/o participado en mis causas, apenas los que se pueden contar con los dedos de las manos. Más, a pesar de todo, yo sigo plantando una rosa blanca para el amigo sincero que me da su mano franca. Lejos y cuasi olvidados los amigos de la infancia, envueltos por la penumbra los compañeros que se sentaron a nuestra vera en los pupitres de la escuela, desperdigados, solo Dios sabe dónde, los que compartieron con nosotros el servicio militar obligatorio, olvidados -a propósito y para siempre- los compañeros de trabajo que me asestaron una y mil puñaladas traperas. Ay, Señor, y mira que cantamos juntos, en incontables ocasiones, el “amigos siempre amigos”. Hipocresía.
“Que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma compañero”. Pero que para poder hablar de muchas cosas es preciso compartir puntos de encuentro que deberían de ser comunes. Y, sin que el fin justificara los medios, lo que sí tuvo que quedar claro, ya desde los comienzos de nuestra prometedora singladura, es que en nuestro trabajo -la sacrosanta tarea de educar y formar- sólo hay lugar para el esfuerzo indesmayable alrededor de un serio compromiso. Yo siempre tuve claro, aunque creo que muchos de los otros no, que si cometemos errores a la hora de educar a un niño o adolescente podemos arruinar su vida para siempre.
Y tú no has sido mi compañero de trabajo, aunque te lo estés creyendo, porque raramente compartiste conmigo los mismos desvelos, las mismas ilusiones, las mismas ganas de enseñar a los que no sabían y, en fin, el mismo compromiso para una sociedad que confiaba en nosotros y nos pagaba -con dinero del erario- puntuales. Es por eso que no tenemos que hablar de nada porque en nada llegamos a converger.  Y claro que no hubo comida de despedida. Cómo puede uno compartir la comida con quien le ha hecho la vida imposible, sin causa, sin motivo, durante tantos y tantos años.
Y mis amigos ya no vienen ni siquiera a visitarme, que diría el tango. Menos mal, menos mal   digo yo, que siempre tuve muy claro que la amistad es una esencia de la que se sirve muy poco y en frasco pequeño. Y que a diferencia de aquel, que no paraba de llamarme amigo cada vez que se cruzaba en mi camino, yo sabía distinguir entre amigo, compañero y conocido. Para amigos, cientos, los alumnos. Los que sí compartieron conmigo la lucha diaria en el aula. Para todos ellos la rosa blanca de Martí. “Cultivo una rosa blanca, / en mayo como en enero, / para el amigo sincero / que me da su mano franca. / Y para el cruel que arranca / el corazón con que vivo, / cardo ni ortiga cultivo; / cultivo una rosa blanca.

domingo, 26 de diciembre de 2010

El marqués

Lo he leído y escuchado de esta manera:
-¿Dice que mataron al marqués?
-Eso dicen, eso dicen.
O, también, de esta otra:
-¿Dice que mataron al marqués?
-Pues, por usted me estoy enterando.
Son dos de las incontables fórmulas ideadas por los lugareños del sur de esta Isla con el fin de evitar comprometerse ante un hecho presumiblemente acaecido a consecuencia de la tiranía ejercida por uno de los muchos caciques que han vivido, y siguen viviendo, en esta tierra nuestra mucho más quemada por el mal comportamiento de los hombres que por las telúricas fuerzas de la madre Naturaleza.
Nos hace recordar, este hecho tan nuestro y por el que he sentido tanto interés desde un tiempo inmemorial. Nos hace recordar, repito, a lo narrado por García Márquez en su Crónica de una muerte anunciada. En la obra del genio colombiano todo el pueblo sabía que Santiago Nasar iba a ser asesinado pero nadie, ni una sola persona se atrevió a decir una palabra que sirviera de alerta al que, en definitiva, era inocente. Y todo por el mismo motivo, esto es, para que nadie los pudiera relacionar con lo que iba a derivar en un hecho luctuoso.
Este tipo de acontecimientos, que nos envilecen en el plano individual y colectivo, no suelen ser considerados por los analistas del tiempo presente a la hora de interpretar las mayores tragedias que siguen asolando a este mundo. Y, sin duda, todo tiene que ver con los rasgos atávicos que siguen anidando en el corazón de los hombres justo en el momento en el que la población mundial bate todo tipo de récords de crecimiento. Ciertamente la población ha crecido pero, a pesar de estar más juntos, no estamos más próximos.
Los hombres seguimos siendo presas de nuestra herencia genética y hasta los científicos han llegado a la conclusión de que el hecho de que un niño casi recién nacido llore ante un rostro deformado y ría ante una cara agraciada y que exteriorice una argentina sonrisa es debido a un condicionante de tipo biológico. Nos asombramos ante la barbarie mostrada por los seres humanos en las muchas guerras que actualmente laceran al planeta pero olvidamos, ¡y qué pena me da!, que todos los pueblos del mundo han tenido una capacidad de lucha diferenciada solamente por el grado de belicosidad de sus guerreros. Ortega y Gasset aseguraba que el guerrero más grande de la historia había sido Gengis Kan. Ha llovido bastante desde la época del guerrero mongol pero, sin embargo, nos seguimos matando los unos a los otros haciendo caso omiso a los adelantos alcanzados en los campos tecnológico y económico.
La duda que se me plantea, a estas alturas del tiempo, es si este comportamiento natural y nocivo podría ser reconducido a través de la educación. A este respecto mi razón se sumerge en un mar de dudas que sólo quedan ligeramente atenuadas al observar diferencias en los comportamientos individuales ante hechos similares. Yo les seguro que no me veo dominado por los prejuicios ni por el miedo a la hora de afirmar, siempre que lo sepa con seguridad, si mataron o no al marqués y, aún más, quién fue el que le asestó la fatídica puñalada. Faltaría más.
La vida se convierte en una gran injusticia en ausencia de un progreso social por el que merece la pena luchar hasta la extenuación. A partir de ese progreso social, que indudablemente reclama importantes dosis de solidaridad y tolerancia, podría mejorarse nuestro comportamiento individual y colectivo para que no tuvieran cabida los pasquines anunciadores de muerte que envenenaron la mente de los hermanos Vicario. Ya va siendo hora de que le prestemos más atención a la evolución natural de la especie que a ese mensaje sesgado que brota de todos los fundamentalismos religiosos; incluida la praxis de la Iglesia católica. El cacique, el marqués del cuento inicial, debió quedar abandonado ya desde los tiempos de Guarapo y el guarapo. Aquí ya no hay derecho de pernada porque, en algo hemos adelantado nuestro comportamiento sentimental, a partir de una justicia que se nos sigue antojando incompleta puede ser condenado a privación de libertad todo aquel que atente contra el derecho que todos tenemos a ser respetados.

jueves, 23 de diciembre de 2010

La radio


En los albores de la radio como medio de comunicación en las Islas -cuando nuestros atrasos suponían mucho más que una hora con respecto a la España continental- la radio galena fue el primer sistema que nos permitió escuchar las voces lejanas que cabalgaban en los lomos de las ondas electromagnéticas. Fue así que con un auricular muy elemental acoplado a aquel artilugio la radio, y lo que la radio suponía en aquel tiempo, entró en la casa de Gonzalo -mi tío- que estaba casi a la vera de la casa de la Húngara. Ya ven, el vicio (¿) y los adelantos de la técnica convivieron en plena armonía y sin que nadie se sintiera molesto por ello. Con el paso del tiempo, siendo ya un zagalón, fabriqué mi propio receptor a galena que, al poco, se convirtió en una radio con una sola válvula. Asimismo, casi coincidiendo en el tiempo, la suerte nos obsequió con un receptor superheterodino que sorteó la fábrica de cigarrillos 46. Con aquel aparato ya se podía rezar el Santo Rosario en familia -en mi casa nunca se desgranaron las cuentas- así como escuchar al tío Pepote y la Ronda. La radio y sus humanizados programas se convirtieron en el centro de atención de una ciudadanía que vivía el blanco y negro de la época y que acudía a la fiesta para cantar, bailar, hacer un buen acopio de turrones de la tierra -Amaro Lefranc  los llamó turrones de la feria-.
La radio, en nuestra casa -la misma casa en la que un padre gritaba el ¡viva la República! en pleno jardín de la casa terrera-, me sumió más de una vez en el miedo. Sufría por el miedo cada vez que observaba a mis mayores hablando en voz baja y reunidos alrededor de un aparato que sintonizaba una radio independiente. ¿Qué es lo que se escuchaba en aquella radio para que se tomaran tantas precauciones? ¿Qué cosas nos estaban ocultando los medios de comunicación al uso para que mi familia buscara la información en una emisora que se decía clandestina? ¿Por qué aquella misma situación se repetía en casi todos los hogares de la gente humilde? Con el paso de los años, aún usando pantalones cortos, supe, atando cabos, que radio Pirenaica era la voz que se alzaba en contra de la praxis política del general Franco. Así pues, el que la gente escuchara aquellas emisiones a escondidas encontraba su razón de ser en un cercano y presumible castigo por parte de aquellos que habían secuestrado al régimen de libertades y al poder de la palabra. En definitiva la guerra situó a los españoles en dos bandos y los que se consideraron ganadores (¿) de la contienda no fueron para nada generosos para los que sufrieron por la derrota. En el supuesto, claro, de que en una guerra Civil pueda haber vencedores y vencidos.
Los receptores de radio fueron mejorando e incorporando a su dial a las principales emisoras extranjeras que emitían en onda corta. En más de una ocasión, cuando los vecinos lo eran de verdad, me vi saltando los muros de las azoteas buscando el lugar ideal para fijar los extremos de una antena de radio que mejoraba la audición. Dejé de practicar aquella afición desbocada el día en que, ya estando la televisión en las Islas, una vecina chismosa puso al corriente a toda la barriada de que mi antena provocaba las interferencias -de todo tipo- en los televisores. Pura maldad.
La radio afición nos hizo ganar a muchos amigos de verdad -entre ellos a Víctor Rojas- y con la radio afición participamos plenamente en una técnica que nunca nos ha fallado. Mi último receptor, un Grundig -Satellit 2000-, me acercó a todo el mundo en las muchas madrugadas en vela dedicadas a buscar en las ondas las voces, en español, de los países más alejados. La radio, para la gente de mi generación y en Canarias, supuso algo más que un mensaje político y una sarta de mensajes publicitarios. Ahora, curiosamente, no tenemos que escondernos para sintonizar ninguna emisora. Ahora, de quienes tenemos que escondernos, es de todos aquellos que, aún siendo jóvenes, no han alcanzado a saber que nuestra voz discordante no nos convierte en enemigos. Todo lo más en adversarios. A todos estos gaznápiros les dedico, en mi particular ronda nocturna, la siguiente canción: “El canto a la libertad”.

martes, 21 de diciembre de 2010

Ayuda americana

El período de la posguerra en las Islas se caracterizó, entre otras cosas, por una tristeza paisajística -y como parte del paisaje el hombre- que alcanzaba su cénit en la Semana Santa. Los niños de aquel ayer, que eran capaces de ver un océano en los charcos, vivían de alguna manera al margen de tanta miseria material aunque, en lo más hondo de su ser palpitaba la humana tristeza que fue tomando aposento en el imaginario colectivo de una chiquillería que no paraba de observar, con precisión milimétrica, las desigualdades sociales existentes así como la ausencia de una atención preferente por parte del Estado. En aquel tiempo carencias, muchas carencias, y el desconsuelo al advertir lo bien que vivían, comían y bebían, los que estaban económicamente mejor situados. El eterno debate entre ricos y pobres desarrollado casi al filo de una guerra que marcó para siempre a nuestra manera de ser y estar en la vida. Guardábamos lugar hasta para comprar el gofio -todos en la cola con la talega- y el pan nuestro de cada día raramente llegó a ponerse duro porque era muy poco para calmar a tantos estómagos vacíos. Pero los niños, ¡ay!, los niños, estacionaban su desconsuelo jugando a los boliches, haciendo una cometa, saltando a la piola…
 Durante aquel período auroral de mi vida llegó una mañana en la que vi interrumpido el sueño debido a un inusual tráfago a escasos metros de la ventana de mi habitación. Abrí los ojos, espabilé, y me quede asombrado al observar como la calle de Manuel Verdugo estaba llena de camiones cargados de sacos. Espoleado por una insaciable curiosidad salí a la calle y averigüé, sin indagar demasiado, que los sacos estaban llenos de judías pintadas que pensaban descargar -y así se izo- en dos almacenes situados al extremo de la calle. Los choferes, que no querían agotarse en el esfuerzo, contrataron a unos zagalones que ya podían aguantar sobre sus espaldas un peso de 50 kilos. Como tardaron más de un día para llevar a cabo el trabajo algunos vecinos, entre éstos mi propia familia, buscaron el favor de los encargados y lograron llenar de judías las casi vacías despensas. También hubo tiempo, en medio de aquella fiesta alimentaria, para saber que todo aquello provenía de la conocida ayuda americana.   
Y la ayuda americana se prolongó, ya en los colegios públicos, con la incorporación a nuestra resentida dieta de la leche en polvo y el queso amarillo. En mi caso concreto era el conserje quien se encargaba de incorporar la leche al agua contenida por un enorme caldero de aluminio. Se aportaba el calor de una elemental cocina eléctrica y, cuando la leche estaba en su punto, nos ponían en cola para guardar un orden a la hora de acercarnos para que se nos llenara el vaso. Nada de azúcar, tampoco sal, la leche a pelo y sin tomar resuello. El turno de cada uno era aprovechado para darnos un trozo de queso amarillo que terminamos aborreciendo. Los americanos nos ayudaron en los momentos difíciles y eso nunca se olvida. Como tampoco se olvida -no hay motivos para ello- la alegría que nos fue hurtada en una etapa de nuestra existencia que siempre hemos considerada esencial. Maldita guerra, inmerecida posguerra.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Introito

Desde el año 1984 al día de hoy he publicado cientos, miles de artículos de opinión en tres diarios de la isla de Tenerife: El Día, La Gaceta de Canarias y La Opinión de Tenerife. No dudo al afirmar que la tarea llevada a cabo -constante, sacrificada y muy poco reconocida socialmente- se ha dado la mano con el rigor académico, la contrastación de los datos y el máximo respeto hacia todo aquel que podría sentirse aludido por lo que yo pensaba y escribía. Estoy obligado a confesar, porque es de justicia, que nunca he recibido ningún tipo de consigna de los medios de comunicación reseñados sino que, aunque cueste creerlo, he gozado de plena libertad a la hora de exponer unas opiniones que no han dejado de ser, día a día, comprometidas y comprometedoras. Escribir para un periódico es siempre una tarea que, caso de decir lo que pensamos, nos sitúa al filo de ese imposible que aspira a dejar a todos contentos; aquí suele ocurrir, casi siempre, que los que son llamados a capítulo se conviertan en nuestros irrenunciables enemigos. En esta democracia nuestra que se sostiene sobre la debilidad de los cartones desechados no escasean los que siguen pretendiendo que nadie se meta en su público trabajo sin pararse a pensar que viven -muy bien por cierto- gracias al esfuerzo de todos, a lo que todos aportamos a la hacienda pública.  
Y si admitimos que la tarea de escribir con relativa frecuencia supone un formidable esfuerzo, si ganamos más enemigos que amigos, y si cobramos poco -muy poco-, lo menos que podemos pedir a cambio es que aquello que escribimos sea respetado -totalmente- por quienes creen que nos hacen un favor al publicar en las páginas de su diario el mensaje elaborado a base de ir enhebrando una letra tras otra hasta conseguir el artículo diario. No soy para nada ajeno a aquel apartado del decálogo que escribiera Camilo José Cela para los periodistas en el que convino en decirnos que todo aquel que escribiera en un diario sin compartir su línea editorial lo mejor que podría hacer consistiría en buscar otro domicilio en el que poder verter su negro sobre blanco. Pero incluso estando al tanto de lo dicho por el premio Nobel nada ni nadie me ha podido convencer de que la pluralidad de contenidos en un determinado medio de comunicación es lo que lo convierte en atractivo y, sobre todo, democrático. Los planteamientos fundamentalistas, cuando son vertidos en el mensaje escrito, convierten a un periódico en una hoja volandera que termina, como la hojarasca en la arboleda, siendo pisoteada por el despistado caminante hasta hacer olvidar que un día las hojas estuvieron llenas de vida. Escribir, sí, pero desde el mutuo respeto que preconizaba Immanuel Kant. Ni más… ni menos.
 Pues bien, partiendo de lo dicho, me propongo abordar la causa última que ha dado lugar a mi ausencia absoluta y permanente de la prensa escrita y mi aparecer en este blog que pretende no estar encorsetado por los caprichos, la soberbia, la falta de escrúpulos y la incompetencia que, por estas fechas, resultan inherentes a los directores y/o editores de los periódicos locales. Desde ese profundo dolor que mana de sentirse víctima de la injusticia que ha terminado por arrojarme a la calle, como agua sucia, del último periódico en el que escribí -La Opinión de Tenerife-, he tomado la decisión de seguir escribiendo aquí, en esta forma nueva de comunicación, con el único deseo de que mi botella de mensajes derive en la marea para terminar arrumbando hacia un puerto seguro en el que se entienda, tal como le pasara a Ciro Alegría en su mundo ancho y ajeno, que la felicidad nace de la justicia y ésta del bienestar de todos. Bienvenidos a este blog.

domingo, 12 de diciembre de 2010

A quién votamos

Ahora que se acercan las elecciones recae sobre nosotros la comprometida acción de decidir el sentido de nuestro voto en función de nuestras ideas y creencias y, además, teniendo muy en cuenta a aquellas personas en las que vamos a depositar nuestra confianza por razones de índole diversa. Ciertamente a lo largo y ancho del período de tiempo que ha caracterizado nuestra ya alongada experiencia democrática no han sido pocos los sinsabores padecidos por culpa de unos políticos que no han dado la talla y que han convertido el territorio nacional en un auténtico campo de batalla. Las luchas intestinas por alcanzar el poder -que siempre se ha mostrado insaciable- han terminado por denigrar a una sociedad que antaño viviera esperanzada -como aquel que fue a la mar por naranjas- y hoy día se ve obligada a soportar todo un rosario de penurias nacidas, generalmente, a la vera del límite de incompetencia que adorna a aquellos que han elegido dedicarse a los menesteres políticos movido más por intereses espurios que por la defensa del bienestar ciudadano.
La mano en la que se mece nuestro voto debe su movimiento a la sintonía que cabalga a lomos de una comunión de intereses que es coincidente con un proyecto político elaborado a imagen y semejanza de nuestra manera de ser y estar en la vida. Y si votamos apoyándonos en las bondades de un proyecto político resulta cuanto menos obvio que nos rebelemos al observar cómo se vulnera de manera flagrante todo aquello que ha sido prometido, ante todo tipo de foros, para terminar siendo incumplido. Resulta doloroso sufrir en propia carne el engaño que supone advertir como se laceran nuestros sentimientos más hondos y auténticos en aras de seguir apegados a un poder que termina perturbando a quien lo ejerce sin desmayo y por los siglos de los siglos.
Los sinsentidos de esa caterva agrupada en torno a los poderes establecidos con el único objetivo de medrar y mantenerse perenemente en el machito dan lugar a que los votantes no las tengan todas consigo al decidir su voto y terminen por integrarse, cada vez más, en ese grupo abstencionista que no para de crecer.  Hay quienes alegan que el voto es un derecho y deber contemplado por la Constitución pero, esto no es obstáculo para que quienes deciden no ejercer su derecho a votar -cuestión legítima dicho sea a propósito- lo hagan desde el derecho que les otorga sentirse burlados por los que dicen una cosa y terminan haciendo otra bien distinta.
Preguntado Platón sobre quiénes deben ser votados respondió: “Los mejores”. Ante esta contundente respuesta uno se pregunta: ¿Y quiénes son los mejores? No faltan quienes terminan concluyendo que los mejores son los más y mejor instruidos pero no siempre es así. Presumiblemente los mejores son los que incorporan a su necesaria instrucción la habilidad para formar un equipo de colaboradores que les ayuden a resolver la complejidad de las tareas de gobierno. Los mejores serán siempre los que antepongan el bienestar común de los ciudadanos al bienestar particular de los que gobiernan. Los mejores serán los honestos y los más justos. Ya vienen las elecciones -por la punta de La Isleta- y con ellas el nada edificante espectáculo que supone presenciar, en el teatro de la vida, el reluciente brillo de las facas y las puñaladas traperas que entran en liza para salvaguardar los intereses creados y para herir al adversario convertido en enemigo.

La herencia guanche

Uno entiende que en un periódico como El Día, sin duda el de mayor difusión en la isla de Tenerife, deberían tener en cuenta el daño que se les puede hacer a los isleños a través de una línea editorial, muy mantenida en el tiempo, que enarbola una bandera con los colores del independentismo y la consabida búsqueda de señas de identidad que puedan ser utilizadas a favor de un separatismo extremo que responde a conocidos intereses particulares y políticos. No resulta novedoso, al menos para los que de vez en vez buceamos en las páginas de los últimos estudios realizados por reconocidos especialistas de la ULL, ese intento repetido en defensa de una canariedad construida -o, mejor, inventada- en base a intereses económicos, políticos y como alimento del ego del que pretende estar en la cumbre del cuarto poder sin haber hecho nada por Canarias y los canarios. Como ha quedado demostrado predicar el nacionalismo en base a utilizar argumentos carentes de rigor, espurios y de más que dudoso compromiso ético, no ha dejado de ser un buen negocio.
Al apasionado y repetido discurso de José Rodríguez Ramírez -otrora miembro destacado de la burguesía chicharrera- se han sumado una serie de advenedizos y falsos nacionalistas que se aprovechan de los amplios espacios concedidos en las páginas del diario no tanto para revelar todo lo que se sabe de los primeros pobladores de la Isla -el hombre guanche- sino para obtener rentabilidad política y la posibilidad, siempre buscada, de alcanzar un protagonismo inmerecido y nunca, jamás, otorgado por el pueblo. Bien es verdad que se salvan de esta quema aquellos románticos -que, afortunadamente, existen- que siguen manteniendo su fascinación por todo lo que tiene que ver con los guanches. Sólo desde este admitido romanticismo podría ser tolerado, tal como asegura el editorial de EL Día, que las mujeres guanches eran bellas. No sabemos si con Bestia o sin ella.
Asegurar, tal como hace Francisco García-Talavera, que desde los estudios científicos sobre el genoma humano se ha encontrado en el 60% de la población un marcador genético, el U6B1, procedente del guanche supone arriesgar mucho en medio de tanta publicación especializada que sigue manteniendo un prudente silencio con respecto al ADN. Porque, de la misma manera, García-Talavera debió mencionar que el ADN de los gorilas y chimpancés tiene el 80% del ADN del homo sapiens. Yo me hubiese quedado más tranquilo si el propio director de museos pusiese negro sobre blanco su árbol genealógico. Un árbol en cuyo tronco antes o después tendría que aparecer ese hombre aborigen utilizado para hacer propaganda.
Los editoriales de El Día responden a una estudiada planificación de la ignorancia a la que son afines casi todos los países de la América de habla hispana. Una América latina, colonizada y sometida a la aculturación española, en la que sí perviven pueblos indígenas con rasgos físicos definitorios como señal evidente de que comparten el mismo código genético. Yo no veo guanche alguno entre esas personas que lo defienden. Yo veo, en José Rodríguez Ramírez, a un español y europeo como la copa de un pino.

Universidad en la Orotava

El hecho fundamental e inevitable de que nuestra Comunidad Autónoma se asiente sobre siete territorios separados por la mar origina que determinados servicios con la consideración de esenciales -sanidad y educación sobre todos- no puedan ser prestados con la puridad y el rigor que nuestra Constitución establece: la sanidad y la educación no están al alcance de todos los canarios de parigual manera por las servidumbres que establece la fragmentación del territorio. Ciñéndonos a la educación financiada desde el dinero del erario la posibilidad de instalar una universidad en cada Isla queda descartada porque, desgraciadamente, no hay presupuesto que aguante tamaña inversión en infraestructuras y gastos de personal. Esa ha sido la causa que ha dado lugar a que muchos canarios de las islas no capitalinas hayan tenido que renunciar a los estudios superiores a pesar de desearlo y tener una capacidad intelectual más que suficiente. Si añadimos a esto la injusticia social que ha supuesto no invertir lo suficiente para poder sufragar esta desventaja las piezas encajan y el puzle se completa. También en la propia Isla se dan las circunstancias para que los alumnos que viven más alejados tengan mayor dificultad que los que han nacido y vivido más cerca de las dos universidades establecidas.
Confieso que soy un defensor a ultranza de la sanidad y la educación públicas y de ahí el que nunca haya visto con buenos ojos que centros de educación y hospitalarios pertenezcan a empresas que buscan en ellos una rentabilidad económica similar a la que puede obtenerse de una fábrica de chorizos. Pero esa mi manera de pensar -y más aún de sentir- no me ciega hasta el punto de no admitir lo de positivo tuvieron y siguen teniendo los centros educativos privados, concertados o no, que han tomado asiento en las Islas. Hasta el día de hoy, que yo sepa, nadie ha puesto el grito en el cielo para oponerse a los centros privados de renombre: las Escuelas Pías, La Salle, La Pureza, La Asunción, etcétera. Lo que si se ha criticado es que la enseñanza pública se nutra de un conjunto de alumnos que portan mayores problemas y, además, que en los tramos anteriores a los estudios superiores -tanto o más importantes que la propia Universidad-, la calidad de la enseñanza sea inferior.
Así las cosas cuesta admitir -otra cosa es entender- que en los sectores académicos más elitistas se haya levantado una polvareda como consecuencia de una nueva instalación docente, una Universidad en la Orotava, cuando a través de ella la gente pudiente puede matricular a sus hijos. A estas alturas de la historia, cuando la red internet nos ha abierto las puertas del mundo, resulta chocante que algunos le quieran poner alambradas al campo del conocimiento. Entendemos, eso sí, que esta iniciativa privada haya puesto nerviosos/as a muchas personas por que puede suponer para la Universidad de La Laguna un centro que va a competir con ella en base a ofertar una mayor calidad y otras titulaciones que hasta ahora nadie se ha preocupado en reclamar. Si la Universidad de La Laguna, templo del saber lagunero, se hubiese ganado a pulso la fama que podría haberle otorgado el tiempo, nada tendría que preocuparle: los alumnos -y más los padres- son proclives a estudiar en una Universidad Pública si ésta ofrece las debidas garantías. Y, recuerden: “Se reconoce a las personas físicas y jurídicas la libertad de creación de centros docentes, dentro del respeto a los principios constitucionales”. Esa es la ley.

Un puerto en Granadilla

Que ante las situaciones críticas el ser humano tiende a aguzar su inteligencia y a multiplicar sus esfuerzos para bordear y salir airoso de los escollos que le impiden avanzar en su trayectoria vital es una cuestión que, por presentarse como meridianamente clara, no merece la pena que nos detengamos en ella para analizarla. Apoyándome en esta introducción como hipótesis de trabajo uno se ve obligado a insistir sobre todos los problemas que afectan a lo que podría ser un futuro puerto en Granadilla de Abona porque piensa que ha llegado la hora de coger al toro por los cuernos y, siempre de conformidad con lo establecido por las leyes vigentes -las leyes están para cumplirlas-, determinar si procede llevar a la práctica el proyecto elaborado o, por el contrario, introducir memorias, cálculos, presupuestos, etcétera, en un baúl para que se conviertan en recuerdos.
Como casi todos sabemos el problema de la paralización actual de las obras pivota en torno a dos posturas al parecer irreconciliables: la de los que abogan por construir un muelle industrial por considerarlo necesario para el desarrollo económico de la isla de Tenerife y la que defienden determinadas agrupaciones de ecologistas ajustada a un pensamiento -presumiblemente único- que se aventura al afirmar que con la construcción del puerto se produciría un atentado medioambiental de orden principal. Llegados a este punto uno cree, después de haber realizado un seguimiento puntual de este asunto, que las dos posturas se apoyan en verdades absolutas y que lo que procede ahora es hacer una declaración de intenciones -clara, precisa, rigurosa- por ambas partes para que la opinión pública llegue a saber qué es lo que le conviene más a la Isla.
En la medida que nos estamos refiriendo a un puerto industrial a los defensores de la obra les corresponderá dar a conocer las posibilidades del mismo no sólo en todo aquello que tendría que ver con la dedicación a los buques sino, también, en la atención a las nuevas infraestructuras -entre éstas la plana de regasificación- que se piensan instalar en el polígono industrial al soco de un complejo portuario que facilitaría la entrada y salida de mercancías, la recepción de materias primas, etcétera. Se trataría de convencernos, en definitiva, de la viabilidad -la rentabilidad sobre todo- de una inversión millonaria cuando muy cerca de aquí, en Arinaga, un proyecto parecido se ha dado la mano con el fracaso. Y es que lo que no es de recibo, lo que sería un colmo de despropósitos, es que se construya un puerto industrial vacío de contenido. Sabemos que no resultará nada fácil ejercer de Nostradamus en una época tan crítica como la que nos ha tocado vivir pero, desde la dificultad de la labor, pondríamos al día la necesidad o no de este puerto.
A los ecologistas, al menos a los actuantes hasta ahora, habría que exigirles la demostración de que, efectivamente, la construcción del puerto nos conduciría a una catástrofe medioambiental ya que, desde su verbo fácil y no siempre bien documentado, han magnificado el innegable impacto hasta límites que no se corresponden con la realidad.

Renovables al 100%

En ese mi afán permanente de procurar evitar que se confunda o engañe a la opinión pública a partir de análisis falsos, sesgados o carentes de rigor, estoy obligado a declarar que, en el reciente caos informativo a que dio lugar el último apagón de la isla de Tenerife, se siguieron confundiendo las tareas que están obligadas a cumplir las empresas Red Eléctrica de España -REE- y la propia Unelco-Endesa. REE  es la empresa operadora del sistema eléctrico, gestora de la red de transporte -la totalidad de los 220 kV y parte de los 66 kV- y transportista único, mientras que Unelco-Endesa -perteneciente en la actualidad a la italiana ENEL- es la compañía que genera, distribuye y comercializa -junto a otras empresas- la energía generada. Es por eso que, presumiblemente, podamos hablar de una responsabilidad compartida en el último cero energético. Todavía es pronto para saberlo.
Resulta cuanto menos curioso que en el preocupante incidente que dejó a oscuras a toda la Isla nadie, al menos que yo sepa, haya mencionado qué papel jugaron las energías alternativas -eólica y fotovoltaica- que tanto canto de alabanza reciben y en las que algún periodista de relumbrón deposita las esperanzas futuras para el devenir energético en las islas. La pregunta es: “¿Cómo contribuyeron a paliar los efectos del apagón la energía generada por todos los aerogeneradores montados y los parques negros de las placas fotovoltaicas? Pues miren por dónde yo puedo darles la respuesta. Los molinos, ante los efectos de unos vientos muy superiores a los que han sido tenidos en cuenta para su diseño -la velocidad del viento ideal ronda los 16m/segundo -57,6 Km/hora-, adoptaron la posición de bandera -las banderas ondean según sea la dirección del viento- y se bloquearon. Las placas fotovoltaicas, dado que el sol fue ocultado por los cúmulos y cumúlonimbus, dieron menos energía que una pila de linterna. Así pues, en definitiva, las llamadas energías verdes no ayudaron en nada.
Bien, pues supongamos ahora unas Islas que aspiren a un suministro estable utilizando como fundamento la instalación de molinos y placas para garantizar el 100% del consumo. ¿Qué pasaría si una tormenta volviera a aparecer? Pues pasaría lo que pasó ahora, que toda la Isla se quedaría a oscuras. Y la única manera de solucionar el problema pasaría por tener una generación convencional siempre dispuesta para entrar en funcionamiento ante la ausencia de viento y de sol. Estamos hablando de una aberración de la técnica que no habría presupuesto para pagar su costo. Por lo tanto, por favor, que no basten los intereses particulares para dejar de aceptar que en Canarias todas las formas de energía son necesarias. Contaminen más o contaminen menos.
Y si los juicios temerarios de estos últimos días alegan que la fragilidad de un sistema apoyado en energía termoeléctrica ha quedado retratado con las últimas lluvias, decirles, para su tranquilidad, que la causa última del apagón no tendría que ser buscada -de momento eso no ha quedado demostrado- en las filtraciones de agua de la cubierta de la central de Las Caletillas. Aunque se hayan visto fuego y humo en una celda en la que se encontraba un interruptor de alta tensión bañado en aceite. La técnica eléctrica ha evolucionado de tal manera que, si se cumplen las normas, el fallo de un grupo -con su maniobra incluida- no tiene por qué afectar a la totalidad de la central. Hasta ahí se podía llegar.


Política energética de Canarias

La política energética de la nación española vive presa de una incertidumbre que nace al socaire de los intereses partidistas, la conveniencia de las empresas privadas y el desconocimiento generalizado de una población que suele manifestar su descontento ante los apagones con argumentos tan penosos, tan poco creíbles, que obligan a sonreír a los mismos que son criticados por la mala gestión de los recursos energéticos. Bueno y sano es manifestar públicamente nuestras discrepancias pero no es de recibo enfrentarse al adversario sin el debido conocimiento de causa ya que, de ocurrir esto, abundamos en nuestro propio descrédito.
Y si totalmente desacertada es la praxis energética en la España continental -nucleares sí, nucleares no; renovables más, renovables menos- igual de desacertada y mucho más preocupante -las Islas Canarias están muy a trasmano de todo- es la política energética en estos peñascos que, como escribiera Luis Álvarez Cruz, están anclados en las soledades azules del Atlántico.
Hasta los más incrédulos han tenido que admitir, después de la experiencia vivida tras los últimos apagones en la isla de Tenerife, que la energía es un bien necesario y que en ausencia de la misma casi todas las actividades desarrolladas por los seres humanos quedan paralizadas. Sería muy bueno admitir, antes de apuntarnos a las cruzadas en defensa del medio natural -¿y quién no está a favor de conservar un paisaje que es, por encima de cualesquier otra consideración, nuestra primigenia y más autentica seña de identidad?- documentarnos debidamente para no provocar la hilaridad de aquellos que leen conociendo los asuntos tratados. Verbigracia, cómo ha sido asumido por la ciudadanía ese brutal atentado al paisaje producido en los altos de El Médano por una línea de transporte en alta tensión -220 kV- calculada por REE -Red Eléctrica de España- siguiendo a pies juntillas las directrices marcadas por la Consejería de Industria del Gobierno de Canarias que fue la que estableció el aberrante modelo de torre que obliga a torcer el gesto a todo aquel que lo mire. La línea que iba por los altos de Vilaflor era, si duda, la mejor estudiada y la más conveniente pero… Pero a pesar de ser la mejor -dañaba al paisaje en un tono menor- algunos aprovecharon el desconocimiento de nuestro pueblo para confundirlo hasta el punto de que ahora hasta los que vienen de fuera tienen que hacer la señal de la cruz ante un panorama tan atroz, tan salvaje. Este atentado ecológico sólo tiene, según mi punto de vista, un responsable: responsable es el Gobierno de Canarias que no sabe, no quiere o no puede, establecer el marco de una política energética que resuelva nuestros problemas a corto, medio y largo plazo. Ya ven, a estas alturas de la historia, dado que las elecciones ya casi están en puertas, todavía no han decidido si se mantiene o no la central de Las Caletillas. Ahora mismo todos los políticos implicados en este asunto se apuntan al NO porque quieren seguir manteniendo sus puestos de privilegio. Valiente descaro.

La pizarra

Los niños de mi generación aprendieron a leer leyendo, a escribir escribiendo y a calcular calculando. Los que tuvimos la fortuna de asistir a las clases que impartía don Alberto Chávez, en la calle Salamanca, nos enfrentábamos cada mañana al reto que abría ante nuestras miradas la serie de divisiones que aquel buen maestro se había preocupado de escribir en la negra pizarra que quedaba situada en uno de los fondos del aula. Día tras día surgía entre todos nosotros la sana competencia que abría de llevarnos a acabar antes que nadie los repetidos cálculos aritméticos que surgían de las divisiones con un divisor de cuatro o más cifras. Sumar, multiplicar y dividir como un todo en uno para unos alumnos que llegamos a disfrutar con los números como el niño que jugaba -y ganaba- con los boliches de barro cocido. Y la pizarra, la negra pizarra, convertida en protagonista principal del día a día de unas criaturas que nunca supieron de la monotonía en las tardes pardas y frías.
Según fui adelantando en los estudios las pizarras de las aulas cambiaron de tamaño y de color. Llegaron a ocupar las paredes de lado a lado y un color parecido al de las aceitunas desplazó al negro de siempre. Siempre preferí la tiza de yeso y con forma prismática a la tiza que vino después y que incorporaba como reclamo el añadido de que no agrietaba las manos del profesor. Pero, a cambio, de vez en vez se deslizaba sobre la superficie, si dejar trazo alguno, provocando un desagradable y comunitario desagrado a consecuencia del roce fallido.
Ya dedicado a mi incansable y comprometida tarea docente la pizarra fue para mí el lugar de encuentro con la labor creadora de aquel que se enfrenta a sus alumnos con la amorosa paciencia que siempre se da la mano con el buen maestro. Recuerdo, ¡y cómo olvidarlo!, que la pizarra fue el lienzo que precisaba la obra de arte -efímera- que enlazaba figuras, gráficos, letras, números, para conseguir una explicación clara de los fenómenos físicos relacionados con la Electricidad. No fueron pocas las veces en las que, una vez acabada la jornada, me sentaba en una de las sillas del aula para recrearme observando cómo había quedado la pizarra después de una gratificante jornada de clase. Era mi especial manera de enfrentarme a la disparatad orden de un director que había ordenado -en un centro público y estando ya en democracia- que toda pizarra, por respeto al que tendría que llegar después, fuera borrada hasta no dejar rastro de tiza. Y ocurría así que, al llegar el nuevo día, el compañero (¿) que ocupó el aula lo primero que hizo, sin tener necesidad alguna, fue erradicar de la pizarra toda exposición del conocimiento científico. Normal, nada tan peregrino como ofrecerle margaritas a los burros. Para más de uno la pizarra luce más y mejor sin nada escrito en ella que rebosante de fórmulas que obligan a un laborioso proceso de cálculo. Además, para no correr riesgos, mejor no gastar tiza por lo que pueda tener de comprometido lo que ya escrito queda a la vista de todos.
Comulgué con la pizarra como antes comulgara con la pizarra y el pizarrín. Y como siempre encontré en la pizarra el aliado necesario para enseñar a los que no sabían vaya para ella este breve brindis de papel.  

Juego y juguetes

El mejor juguete que se le puede regalar a un niño es otro niño. Esta felicísima frase viene a decirnos que poco se pueden divertir los niños sin no cuentan con esos amigos, la pandilla de la infancia, con los que compartir los juguetes y el juego. A propósito de lo dicho se me viene a la memoria el triste día de la Epifanía en el que los padres decidieron regalar juguetes electrónicos -dependientes de una toma de corriente- y, como consecuencia de ello, las calles amanecieron en silencio porque las criaturas estaban como hipnotizadas delante de las pantallas de sus consolas y ordenadores. A los que conocimos unos días de Reyes que amanecían con el sonido de las cornetas, la explosión de la recámaras, el bullicio de la chiquillería corriendo detrás de una pelota, el redoble de tambores, etcétera, nos costó entender y asimilar aquel extraño fenómeno que dio al traste con una alegría callejera que se fue para nunca más volver.
Ya desde aquellos días se puso de manifiesto que determinados artilugios, denominados impropiamente juguetes, habían entrado en el mundo de la infancia para terminar acabando con un signo de socialización temprana que nació al soco de los juegos colectivos, del juego en equipo. Los niños del barrio, a partir de compartir tantos y tan gratificantes juegos, llegaron a conocerse hasta lo más hondo de su ser. Incansables ante el juego los niños de ayer -cuyos pasos se han perdido- convertían a los juegos sin juguetes en uno de los motivos principales para hacer amigos, saltar y brincar, correr, cantar -las niñas siempre cantaron más y mejor-, competir…
En realidad, los juguetes, debido a su mala calidad, apenas duraban unos días -con excepciones como los soldaditos de plomo- por lo que los niños volvían a recuperar sus juegos al aire libre para alegría de las calles y plazas y para queja de algunas personas mayores a las que se les había agriado el carácter de forma prematura.
En aquel tiempo, ya ido, la tranquilidad y seguridad estaban presentes en unas calles en las que los coches apenas hacían acto de presencia y a nadie se le ocurría dañar la inocencia y la indefensión de un niño. Hoy día los niños, recluidos en el anonimato de unos edificios en los que no se dan los buenos días ni en el ascensor, ya no pueden contar ni con los diez compañeros para armar un equipo de fútbol. Niños y niñas caminan por las calles con una lección bien aprendida: “No hables ni le prestes atención a ningún desconocido”. Qué tristeza.
Antaño los niños siempre fueron los actores de sus juegos. Ogaño, niños de las mismas edades colocan un juego en el ordenador y se entretienen observando como unos machangos tiran al aro. Otros juegos (¿), también para usar en el ordenador, le ofertan a los niños la posibilidad de adentrarse, hasta sus tuétanos, en las guerras y batallas que imitan y magnifican a la madre de todas las guerras.
En la elección de los juguetes para cumplir con el regalo asistimos al mayor de los fracasos cuando observamos como un niño aparta un juguete concreto porque prefiere jugar con la caja en la que vino embalado. Cuando a Manolín Samper -vecino y amigo de la infancia- le regalaron un mecano que era movido por una máquina de vapor no mostró una especial alegría. Manolín lo que prefería era salir a la calle para mezclarse con todos nosotros y jugar un partido a los veinte goles. El mecano, en verdad, a quien hizo feliz fue a su padre que no paró en gastar alcohol de quemar para convertir el agua -en estado líquido- en vapor.
El mejor juguete que se le puede regalar a un niño es otro niño. Pero, a pesar de todo, rogamos para que en el día de hoy, 6 de enero, todos los niños hayan saludado al nuevo día con un juguete en las manos. Ese sería mi mejor regalo.  

Educación y formación

A partir del inolvidable día en el que nuestra Comunidad Autónoma recibió las transferencias en materia educativa el deterioro producido en nuestras aulas -y en lo que en las aulas se enseña- ha sido tan claro, tan evidente y tan lamentable, que no es menester perder el tiempo analizando el detalle ya que todos y cada uno de los canarios saben, por activa o  pasiva,  lo mal que se están haciendo las tareas. Cosa bien distinta es que entre la ciudadanía se haya asentado una alarmante dejación en el compromiso ciudadano que le obliga a doblar la cerviz y a no expresar su rebeldía -su justa y merecida propuesta- para evitar tener problemas con el otro, con los otros. Así las cosas desde la consejería de Educación del Gobierno de Canarias se sigue metiendo la pata hasta el corvejón, se insiste sobre una planificación de la ignorancia y se planean unos objetivos que poco o nada tienen que ver con lo que realmente significa la sacrosanta labor de enseñar y educar. No sé si nuestros mandatarios políticos comulgan a pies juntillas con el añejo pensamiento que termina por concluir en que el saber nos hace más libres.
A estas alturas de la historia no dejo de preguntarme por qué en el seno de las comunidades educativas y en la sociedad en su conjunto no surge esa necesaria actitud crítica que obligaría a los políticos de turno y oficio a hilar mucho más fino y a dejar de contar mentiras como si su labor se desarrollara alrededor de un fuego de campamento -ahora que estamos sentados vamos a contar mentiras, por el mar corren las liebres por el monte las sardinas…-. Verdad sabida es que nuestros políticos, con alguna que otra excepción, han llegado a convencernos de que ocupan puestos que los superan con creces, tal es su nivel de incompetencia. Pero no es menos cierto que la sociedad canaria, en su conjunto, se ha aburguesado, se ha vuelto cómoda y se ha quitado el ropaje -para mal- que un día la identificara con los gritos liberadores que no fue capaz de reprimir ni el mismísimo Franco.
La sociedad canaria se me antoja, con independencia del daño que le puede estar ocasionando la crisis, una sociedad enferma, incapaz de reaccionar ante los malos gobiernos que ha tenido que soportar. Solamente en el seno de una sociedad que por perder ha perdido hasta la esperanza encuentra sentido el perverso discurso del estadista sauzalero Paulino Rivero que viene a decirnos que Canarias cuenta en la actualidad con los hombres y mujeres más preparados de la historia. Como diría el Alvarito de mis años mozos: “Ya el conejo me ‘riscó’ la perra”.
Los pueblos están obligados, con malos o buenos políticos, a labrarse su futuro. Estamos hablando de un compromiso, de una obligación ineludible. Y es por eso que afirmo que si los canarios no estamos educados y formados una parte importante de culpa la tenemos todos nosotros. Presumiblemente aceptar la evidencia nos inclinaría a admitir que ya es hora de pensar lo que podemos hacer nosotros por nuestra educación y formación y no mirar únicamente lo que están obligados a hacer los responsables de una consejería, la de Educación, que no dan una a derechas. Y si no da una a derechas ya me dirán ustedes lo que le da a la izquierda.

De quiénes venimos (2)

Por mucho interés que hayan puesto aquellos que se han empecinado en buscar, encontrar y registrar -sin rigor ni interés científico- las características que la antropología otorgó a los primeros canarios lo único cierto es que perduran muchas lagunas históricas y que a lo más lejos que ha llegado el discernimiento de los historiadores profesionales es a terminar admitiendo que la mayor parte de las incógnitas se siguen sosteniendo entre la conjetura y la hipótesis. Parece incuestionable admitir que los primeros pobladores pertenecían a alguna de las incontables tribus bereberes - imazighen – que poblaron el norte de África pero se siguen manteniendo dudas más que razonables sobre las manifiestas diferencias de los que habitaron cada una de las islas. Un recorrido por los secretos que nos han desvelado los grabados rupestres encontrados inciden y le dan mayor consistencia a la hipótesis -una más- planteada. Y esta presumible diferencia entre los primeros canarios de las siete islas imposibilita que podamos hablar de unas Canarias unidas y únicas desde el pasado prehistórico. Así pues, desde esta perspectiva, buscar en las raíces podría llevarnos a concederle razones de peso a los pleististas de turno y oficio. 
Para los que realmente sí tenemos interés por saber nuestro pasado no deja de resultar grosera esa alocada carrera en busca de la identidad a partir de los intereses políticos. Ese nuevo despertar -ya hubo otros, aunque más tímidos, en el pasado reciente- de los nacionalistas canarios -toda una amalgama de siglas sin discurso ni contenido político- lo único que pretende es buscar un espacio político que les garantice su ansia de poder y conseguir, además, su modus vivendi al socaire los ingresos obtenidos como representantes de los ayuntamientos, de los parlamentos y, ya en el colmo de la inconsecuencia, los órganos de la Unión Europea. Si la idea que tienen los nacionalistas de todas las islas es alcanzar ese hilo conductor que una, sin ningún tipo de interrupción, al hombre canario del presente con ese hombre del pasado venido desde la cercana África -como no podía ser menos- para que la nacionalidad canaria se arme de parecida manera a las nacionalidades catalana, vasca, gallega o valenciana, bueno sería que tuviesen en cuenta que existen períodos en la historia de Canarias que han contribuido más y mejor a conformar nuestra identidad.
Si nos detuviésemos a mirar a los países de la América de habla hispana costaría muy poco encontrarnos con el indio actual que encuentra a sus ancestros en un tiempo que se nos antoja remoto. Y frente al indio de ayer y al indio de hoy se nos ocurre preguntar hasta qué punto pudo haber sida distinta la vida en esos países por razones, de mucho peso por cierto, que tienen que ver con las influencias externas y con la aceptación de nuevas formas de vida siempre en consonancia con el imparable desarrollo de los pueblos.
 Para el conocimiento más profundo del hombre guanche de poco ha valido ese ridículo esfuerzo que ha consistido en obtener un modelo a escala vistiendo un esqueleto o a partir de una momia.  A propósito de la momia decir la cantidad de información que podría dar esa momia, siempre reclamada, que ha encontrado lugar de asentamiento en un museo de la metrópoli. Bien, pues retomando el hilo de la cuestión no podemos olvidar el día aquel en el que nos fue mostrada aquella figura de un guanche que tanto se parecía al boxeador Dun-Dun Pacheco. Y el mismo sentimiento de rechazo lo experimentamos al observar las figuras que son protagonistas de diferentes escenas en un esfuerzo por conseguir un lugar de visita obligada para los ignorantes de aquí -que también los hay- y los ignorantes de allá.

De quiénes venimos (1)

Siente uno por un padecer muy hondo cuando advierte, sin poder hacer nada por remediarlo, que los intereses bastardos -procedentes las más de las veces de los poderes públicos- han dado lugar a un retraso -y a un retroceso- a la hora de concretar las muchas lagunas históricas en las que permanece sumergida la prehistoria de Canarias. Sabemos, a estas alturas en el tiempo, que las diferentes islas que constituyen el Archipiélago Canario, acogieron a una población prehispánica pero, a pesar del tiempo transcurrido, la falta de interés de todos aquellos que han ostentado el poder y la capacidad para decidir investigar con el debido rigor histórico ha derivado en un desconocimiento actual que facilita el seguir confundiendo al pueblo llano para obtener réditos propios. Aunque convendría decir, porque los pueblos están obligados a alcanzar su mayoría de edad, que todos nosotros somos actores -protagonistas o secundarios- de ese despropósito que termina por concluir en que los isleños, por encima de cualesquiera otra consideración, elevan el tronco de su árbol genealógico apoyados en el genoma de los primeros canarios. Hay hasta quien se atreve a decir, sin que se le suba el rubor de su propio ridículo a la cara, que es y se siente guanche. Ignoran, estos seres que se pronuncian desde la estupidez humana, que todavía andamos interesados en completar, desde la genealogía, la enramada que sustenta al primer historiador de las Islas: Viera y Clavijo (28 de diciembre de 1731).
Como canario -y tinerfeño al fin- me ha tocado vivir envuelto en la locura colectiva propiciada por los falsos nacionalistas que se han decantado a favor de buscar, contra viento y marea, en nuestras raíces más profundas y, por ende, sacar a la luz nuestras señas identitarias con el fin poder justificar un ansia de independencia que busca, sobre otro tipo de cuestiones esenciales, el beneficio de los menos a costa de seguir perjudicando a los que son mayoría. Se podría decir, a modo de resumen, que quienes han soñado con ser reyes sin tener reino han optado por inventarse uno. Las Islas Afortunadas al servicio de los que nunca se han preocupado de mirar al pasado no sea que queden convertidos en estatuas de sal. Mas, afortunadamente, el pasado se resiste a la manipulación espuria y sigue ahí retando a los que buscan en él, desde el rigor de la historia, a la propia verdad.
No alcanzan a entender, estos políticos de salón y de brindis al sol, que el grueso de nuestra identidad tendría que ser buscado en los siglos posteriores a la Conquista porque es en ese tiempo donde se ha forjado nuestra manera de ser y de estar en la vida. Apoyarse en el genoma humano buscando la conveniencia de este o aquel marcador genético que nos identifique con los primeros pobladores no tiene sentido a no ser que también tratemos de buscar las trazas del genoma en la que han quedado grabados los caracteres hereditarios de aquellos pueblos que dieron origen a los guanches. A los que somos y nos sentimos canarios no debería preocuparnos tanto la herencia de la sangre porque existen otros factores identitarios que nos dan una característica como pueblo diferenciado de otros pueblos vecinos o de otros colectivos con los que compartimos una nacionalidad común: la nacionalidad española.  

Barrancos de Añazo

Bastaría leer con el detenimiento que reclama un libro escrito desde el corazón -la razón se le otorga por lo que tiene de texto histórico- por el asiduo colaborador de este periódico, Luis Cola Benítez, titulado ´Los barrancos de Añazo’ para poder entender el caos que se produce en la Ciudad de Santa Cruz de Tenerife cada vez que llueve con una determinada intensidad en un período corto de tiempo. Resultaría mucho más práctico y pedagógico documentarnos en libros como éste antes que levantar la mirada al cielo como tratando buscar en lo alto lo que encuentra sentido en la tierra. Vivimos en el período auroral del siglo XXI y ya va siendo hora de que todo un presidente de Gobierno, en este caso Paulino Rivero, no trate de confundir a la opinión pública pidiendo un nuevo radar al Estado cuando lo que en realidad ocurre entra dentro de sus competencias -las causas y los efectos de las barranqueras por las que un día se fue el caimán- porque somos los canarios los primeros responsables de que las aguas de la lluvia busquen nuevos cauces al haber sido enterrados los barrancos y los barranquillos. ¿Nadie se acuerda ya de que la calle Imeldo Serís antes se llamó Barranquillo?
Si retomamos el ciclo del agua a partir del momento en que ya se encuentra en las nubes -esto se estudia en la enseñanza primaria- sabemos que basta que se den determinadas condiciones -estudiadas todas en la asignatura Física de la Atmósfera- para que las gotas se descuelguen en forma de lluvia. En el caso de la ciudad capital de la isla de Tenerife, que asienta su territorio en las faldas y en el propio macizo de Anaga, la lluvia, cuando es pausada y poco intensa, se limita a empapar la tierra para gozo de los agricultores. Pero, cuando llueve con intensidad y durante un corto período de tiempo, casi toda la precipitación se convierte en agua de escorrentía que busca el mar de alocada manera. Cualquier observación del relieve próximo a la planicie nos muestra los incontables pliegues de una geografía que han sido tallados, precisamente, por las aguas del torrente. Torrentes, todos, que son los afluentes que alimentan el cauce de unos barrancos que desembocan en la mar siempre próxima. A cualesquier persona con un mínimo de sentido común lo primero que se le ocurriría sería mantener el cauce limpio, expedito, para que las aguas se descuelguen desde lo más alto a la cota cero sin interrupciones de tipo alguno.
El barranco de ‘El Hierro’, uno de mis favoritos, nace en los pagos de Aguere y desemboca -después de atravesar ‘La Refinería’- en las proximidades del muelle de ‘La Hondura’. Los que tuvimos la oportunidad de ver como corrían las aguas por su cauce sabemos cómo se las gastaba cuando llovía mucho. Hoy día resultaría difícil encontrar su rastro porque ha sido sepultado sin ponerle cal viva. El barranco de Santos -barranco preferido para mis aventuras infantiles- es el fruto de la unión del cauce que viene de los valles -Tabares y Jiménez- y del barranco de ‘La Carnicería’ en La Laguna. Es barranco caudaloso allí donde los haya y en más de una ocasión hizo escapar por piernas a Perico Perdomo -luchador estilista- porque inundó su vivienda. Este barranco ha sido sometido a una operación de acoso y derribo que ha terminado por elevar su cauce buscando los puentes más bajos que lo atraviesan. Para colmo, no se limpia ni se draga y eso ha dado lugar a que se inunde la iglesia de ‘La Concepción’. En los barrancos de Tahodio, Valleseco, María Jiménez, se ha permitido construir a la vera del cauce y por eso ocurre lo que ocurre. No hay lugar para hablar de los barranquillos que, cual reliquias faraónicas, permanecen bajo el suelo de la ciudad actual. Al agua de la lluvia, que día más adquiere la condición de benditas, se le ha hurtado una parte de su ciclo renovador y, en la medida que esto no se corrija, solicitar un radar más es como tener tos y rascarse el… Cubanito soy señores.

Bailando bajo la lluvia

Si a cualquier persona interesada en la experiencia le da por depositar un litro de agua en un depósito cuadrado de un metro de lado -1.000 X 1000 milímetros- el agua depositada alcanza un milímetro de altura, es decir, la distancia que marcan las dos rayitas consecutivas de una cinta métrica o de un metro cualquiera. Y si en vez de un litro fuesen 10 litros el agua del depósito ascendería 10 milímetros, hasta alcanzar los 100 milímetros -10 centímetros- en el caso de que el agua depositada fuese 100 litros. De acuerdo con esto, cuestión que no tiene otra interpretación ya que se trata de una aplicación del sistema métrico decimal, si el agua caída recientemente en algunos lugares de la isla de Tenerife fue de 278 litros por metro cuadrado podríamos pensar que en nuestro imaginado depósito la altura alcanzada fue de 278 milímetros, es decir, 27, 8 centímetros. Un palmo tiene aproximadamente 21 centímetros.
Antes que nada, y después de pedir disculpas por esta pegajosa introducción, lo que quisiera dejar claro es que se equivoca Ricardo Melchior, presidente del Cabildo de Tenerife, cuando intenta echar balones fuera -cosa que hacían los malos defensas, los paleros- al alinearse con Paulino Rivero, en ese lamentable y ya gastado enfrentamiento con el Estado español cada vez que tenemos un problema de cierta entidad. Afirmar que la predicción meteorológica se quedó corta con respecto a la precipitación producida tendría pleno sentido si no fuera porque la causa de los problemas -las incontables imágenes así lo demuestran- hay que buscarla y resolverla en tierra firme, allí donde las infraestructuras no se han ido adecuando a los problemas ya denunciados por otros eventos de parecida especie.
Que la predicción meteorológica se adelantó en el tiempo y estuvo al alcance y conocimiento de todos es un hecho que no merece contestación alguna; sabíamos que iba a llover, y mucho. Pero supongamos que ese curioso radar, al que se le tienen que preparar los recambios en EEUU -otra historia para no dormir-, hubiese estado funcionando y nos hubiera adelantado las cifras reales de la lluvia caída. ¿Qué hubiese hecho Ricardo Melchior? ¿Poner a los isleños en estado de máxima alerta y paralizar a la isla recluyendo a la gente en sus casas? ¿O hubiese sacado al Ejército a la calle para imponer el toque de queda? Nada, no hubiese podido hacer nada de provecho porque el espacio de tiempo con que contaba -tres o cuatro días- no le hubieran permitido limpiar el cauce de los barrancos, aumentar el diámetro de las conducciones que reciben al agua de la lluvia -y a las fecales-, tomar las medidas para resolver el problema de los bajos y garajes, elevar las vías del tranvía allí donde proceda, comprobar el estado de los mal llamados muros de contención, resolver los problemas estructurales de los edificios públicos, etc. La cuestión, referida a responsabilidad por incompetencia, es tan meridianamente clara que pretender demostrar lo contrario supone una metedura de pata hasta el corvejón.
A pesar de ese análisis puramente subjetivo de los que tienden a valorar las lluvias del presente con las lluvias del pasado -yo nunca, en todos mis años de vida, había visto llover de esta manera-, lo único cierto es que los datos estadísticos que nos ofrecen nuestros profesores universitarios -poco dados a salir en la tele- indican que ha habido inviernos en los que ha llovido tanto o más que ahora. Como también revelan, a través de estudios geográficos serios, que se han tapado cauces de barrancos sin poner en funcionamiento las medidas alternativas que tales obras reclamaban. Y tienen claro, muy claro, que volverá a llover -tanto o más que estos días-, y que la predicción de un radar –más o menos especializado- no nos va a

Un aeropuerto a oscuras

Una noche cualquiera de un día cualquiera en la central eléctrica del Aeropuerto de Los Rodeos. Motivado por los intereses profesionales y movido a razones de amistad con los que trabajaban, para AENA, en aquel lugar, llevaba a cabo una de mis visitas -fueron muchas las horas que pasé allí y no pocas las cosas que aprendí-, para nada rutinarias, y me pegué a una de las ventanas al escuchar la comunicación por radio establecida entre un helicóptero de la Guardia Civil y la propia central. El aparato venía de una de las islas menores y llevaba a bordo a un enfermo grave que tendría que ser conducido al HUC. Expresó el piloto que pensaba aterrizar en la plataforma en la que ‘aparcan’ los aviones donde lo esperaría una ambulancia. Cada vez más interesado en lo que estaba pasando logré mi particular aproximación visual y pude observar como la aeronave se aproximaba al cemento. De repente, falló el suministro eléctrico de la calle y el del resto de los equipos ideados para sustituir, instantáneamente, a ese fallo exterior. El piloto, un joven -y sin embargo experto- capitán realizó una maniobra de evasión que lo llevó a elevarse de nuevo. La plataforma quedó a oscuras durante un tiempo inacabable pero, también de repente, adelantándose a las medidas que ya estaban iniciando los técnicos, se hizo la luz. Como era de esperar el piloto llamó a la central para interesarse en lo que había pasado. Algo más tarde, cuando acabó su misión, hizo acto de presencia y habló con los responsables de manera tranquila y sin que nadie se sintiera herido en su dignidad a pesar de que pudo ocurrir una desgracia.
Fui testigo, en aquel tiempo, de averías provocadas para observar la reacción de los sistemas eléctricos y doy fe de que en el caso del alumbrado fluorescente un fallo exterior de corriente pasaba inadvertido. La central disponía de una sala en la que se situaban los acumuladores, y otra en la que estaban dos grupos de continuidad -permanentemente rodando- y tres grupos previstos para un arranque automático en pocos segundos. Sin embargo, pese a todas estas medidas, un duende (¿) se introdujo entre los circuitos y provocó la avería. Una avería que quedó anotada en un libro de incidencias -¿se investigó para saber la causa del fallo?-  y no dejó secuelas.
Tal como ocurrió y se resolvió aquel asunto uno alcanza a pensar que todo circuito eléctrico, más menos complicado, es susceptible de sufrir una avería por muchas y variadas razones. El famoso apagón de Nueva York y otros que le han seguido son claros ejemplos de ello. Es verdad que también ha quedado demostrado que la vulnerabilidad de los circuitos eléctricos y electrónicos queda sensiblemente atenuada ante la presencia de circuitos bien diseñados -incluyendo los tan cacareados circuitos redundantes- , el empleo de los mejores y más fiables aparatos, y, sobre todo, un buen mantenimiento y una adecuada preparación del personal. Porque es verdad como un templo que en una época en la que los circuitos superan -en más de una ocasión- al conocimiento de los hombres, procede que, como antes ocurría, el personal sea estimulado hasta el punto de desear acudir a los cursos de actualización que les permitan estar al día ante cualquier contingencia. Y es ahí donde estamos fallando. Fallamos porque no se le concede al personal la estabilidad en sus puestos de trabajo ni se invierte un duro en ellos para tareas de formación. Así las cosas, cuando sucede que los pilotos se quedan a ciegas en el espacio aéreo de las Islas, la gente que trabaja en el Centro de Control de Tránsito Aéreo de Canarias -situado en Gando- lo primero que hace es llevarse las manos a la cabeza porque no sabe de dónde le vienen los tiros. Y si el fallo eléctrico coincidió en el problema de los controladores documéntese usted en las leyes de Murphy y deje de estar pataleando como si fuera un niño chico.